Los gobiernos populistas deberían ser los grandes
perdedores de la pandemia del coronavirus, pero eso sería solo si en el mundo
imperara la razón, y si las sociedades humanas fueran menos proclives a de dejarse
arrastrar por prejuicios, filias, fobias y toda clase de bajos instintos. Son
asombrosas las coincidencias en la actitud de los populistas ante la crisis. Estos
gobernantes autoritarios, demagogos y falaces reaccionaron tarde y mal,
relativizaron la amenaza, despreciaron las advertencias de los científicos, esquivaron
sus responsabilidades y, para colmo, ahora impulsan un desconfinamiento a
marchas forzadas
Malos líderes como Donald Trump, Jair Bolsonaro, Alexander
Lukashenko, Narandra Modi, Daniel Ortega
y, por supuesto, Andrés Manuel
López Obrador, entre otros, tienen en común haber despreciado la realidad
científica, política y económica de sus países. Hoy, quienes pagan el altísimo
costo humano de esta negligencia son los ciudadanos de a pie, su “Pueblo” al que
los tiranuelos de marras tanto presumen amar y representar.
La politización recrudece a la pandemia. El virus se
aprovecha de la vanidad de gobernantes alérgicos a perder popularidad en las
encuestas. Quienes aseguran “pertenecerle por completo al Pueblo” son los más insensibles
y egocéntricos. Estaban al tanto de las insuficiencias de sus gobiernos para enfrentar
una pandemia, y aun así no se prepararon. “Una simple gripita”, clamó Bolsonaro,
“En el verano desparecerá”, pronosticó Trump. Y cuando el problema empezó a crecer,
no dudaron en minimizarlo un día sí y otro también. “Ya vamos de salida”, “La
curva se está aplanando”, no dice a diario AMLO y su palafrenero López-Gatell.
Se negaron a hacer más pruebas para ocultar la
dimensión del desastre, retrasaron las medidas de confinamiento y mitigación, se
burlaron estúpidamente de los cubrebocas, trataron constantemente de silenciar
la verdad. Y pese a múltiples advertencias en contrario, ahora espolean a sus
países para reabrirse los más rápido
posible, reavivando la difusión de la enfermedad.
Se supondría a los dirigentes populistas paternales y
benignos guardianes de su rebaño, pero esta crisis ha desenmascarado lo
egoístas que en realidad son. Quedó en evidencia su nulo interés en el
verdadero empoderamiento de los marginados, su absoluta falta de empatía por los
ignorados y los abandonados. Pero la megalomanía, ¡esa sí a tambor batiente! Confiados en su propio conocimiento,
comprensión y sabiduría, evitan a ultranza asesorarse con especialistas y expertos.
Se explayan en sus intuiciones y en su limitado y muy particular sistema de
creencias, por otro lado bien “adaptable” éticamente. Su preocupación por los
pobres es meramente electoralista. Al final del día, todos ellos están dedicados
en cuerpo y alma a la infatigable promoción de sus adorables personitas.
Esta pandemia
representó el primer reto genuino de los populistas ante una crisis general compleja
y fueron clamorosamente reprobados. Ofrecen un lastimoso espectáculo de
incompetencia y estulticia. Por si quedaban dudas, con este fracaso demostraron
solo ser buenos para polarizar, destruir instituciones y dar algunos dudosos
resultados solo cuando tienen “viento en popa”. Cuando fracasan, cosa que indefectiblemente sucede, entonces
recurren - otra vez- a lo único que saben hacer: señalar culpables, polarizar, acentuar
su retórica antiintelectual-antiélite-antipolítica, y victimizarse denunciando
oscuras conspiraciones e intereses que buscan socavar su “misión redentora”.
Durante una pandemia se confirma la importancia de
escuchar a la ciencia y acatar los criterios de sensatez y racionalidad de los
profesionales de la salud y los científicos; es cuando se hace más necesario
que nunca promover la unidad nacional y es la circunstancia donde más se
demanda priorizar la eficiencia en el desempeño gubernamental sobre toda
consideración politiquera o electoral. Todo esto está en las antípodas de los
populistas, cuya vocación de ninguna manera es el buen gobierno, porque ello implica saber organizar,
administrar, supervisar, tomar decisiones difíciles muchas veces impopulares.
¡No, no, no, nada de eso! Ellos están para aferrarse al poder por cualquier
medio indispensable. ¡Y escuchar a los que saben es para estos devotos a la
simplonería y del elogio es un absoluto anatema. De hecho, rehúyen de funcionarios
técnicamente calificados como si de demonios se tratase. Obvio, prefieren
rodearse se sicofantes rastreros y oportunistas.
Pero una pandemia es asunto muy grave. El coronavirus
ha cobrado por todo el mundo cientos de miles de vidas y muchas pueden imputárseles
a ineptos demagogos. La negligencia criminal es un delito. La semana pasada, Bolsonaro fue denunciado en la
Corte Penal Internacional acusado de crímenes contra la humanidad y genocidio
debido a su irresponsabilidad. La acusación fue presentada por una coalición de
organizaciones que en conjunto representan a más de un millón de profesionales
de la salud, quienes inculpan al presidente de cometer "fallas graves y de
consecuencias mortales en su conducta durante la pandemia de COVID-19".
Muchos especulan que pronto se presentará una denuncia similar contra Trump, y tal
vez suceda con algunos más. Quizá no prosperen, y quizá -nuevamente- políticos
deleznables se saldrán con la suya ante la ceguera y condescendencia de sus escarnecidos
súbditos.
Pedro Arturo Aguirre
Publicado en Etcétera, 15 de agosto de 2020
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