La historia de Bruno Arpinati, anarcoindividualista escéptico y embustero en un mundo absurdo y falaz.
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viernes, 21 de junio de 2013
viernes, 19 de octubre de 2012
El Mundo que Nunca Fue
Acabo de leer el estupendo libro sobre el anarquismo de
finales del siglo XIX The World That Never Was: A True Story of Dreamers,
Schemers, Anarchists and Secret Agents (el Mundo que Nunca Fue: una historia
verdadera de soñadores, intrigantes, anarquistas y agentes secretos) escrito
por Alex Butterworth y que, desgraciadamente, no está traducido al español. Por
cierto, conocí está obra hace cosa de un par de años gracias a mi querido amigo, el magnífico politólogo
Jesús Silva Herzog Márquez, quien bien conoce mi afición por el tema del
anarquismo decimonónico y mi intención de publicar, some day, la novela El
Protocolo Malatesta.
Teniendo como telón de fondo el desarrollo industrial de las potencias capitalistas, el surgimiento en Estados Unidos de las fabulosas fortunas de los grandesTycoons, la injusticia de la tiranía zarista,
la sanguinaria represión de la Comuna de París de 1870 y los grandes atentados
anarco-terroristas de esta época fascinante, el autor nos cuenta la vida y
avatares de algunos de los más notables anarquistas europeos y americanos, hombres
y mujeres que creyeron, en palabras de William Morris, que "Ningún hombre
es lo bastante bueno para ser dueño de otro hombre", y que compartían una
visión del mundo de como podría ser algún día una “mancomunidad cooperativa” para
acabar con la explotación, la opresión y el conflicto social. En un mundo de
obscenas discrepancias entre los ricos y pobres, de explotación industrial del
trabajo, de gran codicia y de falta de voluntad de los políticos para hacer
frente a esta inequidades, surge una generación de revolucionarios anarco-comunitaristas involucrados
en una lucha contra las “élites privilegiadas” la cual tenía el problema de
ser, muchas veces, absurdamente maniquea y peligrosamente ingenua, y que desde siempre ha sido observada con profundo escepticismo por los pensadores anarco-individualistas.
El movimiento anarquista fue muy susceptible a ser manipulado
debido -en buena medida- al exceso de idealismo político. Siempre le faltó la
mayor pericia y sagacidad política que tuvieron movimientos políticos
anti-sistema mejor organizados, como el socialista y el comunista. Tal fue la
penetración policiaca en las organizaciones anarquistas que muchas veces un
espía del gobierno terminaba por denunciar las actividades de otro espía del
gobierno sin saber que ambos trabajaban para el mismo patrón.
Estos enredos, farsas y conjuras gubernamentales constituyen
precisamente el corazón de la obra de Buttenworth. La infiltración en
estos grupos de ingenuos utópicos por siniestros funcionarios del Estado cuya
misión era proteger el status quo fue una práctica corriente de las policías. Espías
que acechaban en las sombras y se dedicaban a reclutar disidentes, idealistas y
crédulos bienintencionados con engaños para que cometieran los actos más
atroces de terrorismo para que, así, los gobiernos tuviesen pretextos de
iniciar oleadas represivas.
Cuatro grandes intrigantes taimados y falaces son los verdaderos principales protagonistas
del libro: el coronel Wilhelm Stieber (1842-1882), jefe de la inteligencia
militar para la Confederación de Alemania del Norte y más tarde asesor de
asuntos secretos de Bismarck; Peter Rachkovsky (1881-1910), jefe de Okrana
exterior (servicio secreto zarista en el extranjero); Allan Pinkerton
(1849-1880), cartista tránsfuga, rompehuelgas , anti-sindicalista y fundador
del Servicio Secreto de los EE.UU; y el inspector en jefe William Melville
(1883-1917) superintendente de la Policía Metropolitana Rama Especial, más
tarde jefe de la Oficina del Servicio Secreto (el famoso M15 británico). Los enjuagues y conspiraciones criminales organizados por estos hombres con el
propósito de utilizar ilusos revolucionarios anarquistas y supuestos complots
judeo-masónicos son legendarios. Se incluye el patrocinio Rachkovsky en la
elaboración de los infames Protocolos de los Sabios de Sión, obra utilizada más
tarde por los nazis en la justificación del holocausto, y la forma en que Melville
aprovechó la inocencia de unos jóvenes
revolucionarios para diseñar el llamado "complot de bomba Walsall" y la
la explosión de 1894 el parque de Greenwich (que sirvió de argumento para la
obra de Joseph Conrad, El Agente Secreto).
Nos recuerda John Gray al hacer la reseña de este libro para
el New Statesman que “Una característica de la fe anarquista era la convicción
de que había maquinaciones de fuerzas siniestras que se interponían en el
camino de la gente para alcanzar un paraíso terrenal.” Maquinaciones del
establishment para mantener el poder, desde luego, existían, y lo más paradójico
es que los anarquistas fueran tan burdamente utilizados en beneficio de éstas.
Un interesante tercer aspecto del libro de Butterworth es el
rescate que hace de fabulosos personajes de la época que han sido olvidados por
los historiadores. Héroes y antihéroes como Louise Michel, la “dama dragón” del
asedio contra la Comuna de París, que termina en el exilio invocando visiones
de un "mundo federado sociedad que habita las ciudades bajo el agua ";
el marqués Henri de Rochefort-Lucay, un cínico
nihilista que empezó en la izquierda más radical para terminar postulando el más
feroz antisemitismo y el chauvinismo más reaccionario; Evno Azef, héroe supremo
del Partido Socialista Revolucionario, y títere de la policía; y una buena
cantidad de aventureros, falsarios, pensadores a idealistas por cuyas
viscicitudes bien vale la pena asomarse, porque tiene como resultado es un relato fascinante,
lleno de intriga y aventura.
Intriga, aventura y, reitero, enredos. Y es que el signo de los anarquistas comunitaristas más radicales (al igual que el de los idealistas de todo signo político, a fin de cuentas) ha sido caer víctimas de una colosal contradicción, que consiste en que pesar de su enemistad con la religión, los anarquistas, como los comunistas, adoptaron -casi todos- los atributos de la religión, incluyendo un martirologio muy
desarrollado y, sobre todo, un maniqueísmo acendrado. El anarquismo para muchos se convirtió en una fe, a pesar de que pretendidamente su visión del mundo estaban basada en el análisis científico. Y otra gran paradoja que determina a muchos anarquistas, anti-establishment y antiautoritarios radicales es la definió alguna vez ni más ni menos que benito Mussolini cuando dijo "Todo anarquista es, en el fondo, un dictador frustrado".
sábado, 13 de octubre de 2012
Nietzsche y Stirner

Pero en privado muchos estaban fascinados por su autor. Marx se sintió
incitado a escribir una crítica de esta obra, una crítica que alcanzó unas
dimensiones superiores al libro criticado, y que al final no fue publicada.
Feuerbach escribió a su hermano que Stirner era «el escritor más genial y libre
que había conocido» (Lanka, 49); pero en público no se manifestó sobre este
autor. Por lo demás, la callada repercusión de Stirner continuó también más
tarde. Husserl habló una vez de su «fuerza seductora», aunque no lo menciona en
la propia obra. Carl Schmitt, de joven, estaba profundamente impresionado por
Stirner, y en 1947, encontrándose en prisión, se sintió «tentado» de nuevo por
él. Georg Simmel se prohíbe a sí mismo el contacto con este «tipo sorprendente
de individualismo».
Por lo que se refiere a Nietzsche, parece que se da en él un llamativo
silencio. En su obra nunca menciona el nombre de Stirner, pero pocos años
después de su derrumbamiento se encendió en Alemania una viva disputa sobre la
pregunta de si Nietzsche conoció a Stirner y se dejó impulsar por él. En el
debate se vieron implicados, entre otros, Peter Gast, la hermana, Franz
Overbeck, amigo de muchos años, y Eduard von Hartmann. Defendieron una posición
extrema los que le acusaban de plagio. Hartmann, por ejemplo, argumentaba que
Nietzsche había conocido la obra de Stirner, pues en su segunda Intempestiva había criticado exactamente aquellos pasajes de la obra de
Hartmann en los que se rechazaba explícitamente la filosofía de Stirner. O sea
que, aun cuando sólo fuera por este camino, Nietzsche tenía que conocer a
Stirner. Hartmann resalta además el paralelismo de ciertos pensamientos, y
plantea entonces la pregunta de por qué Nietzsche, si bien se dejó influir con
seguridad por Stirner, sin embargo lo silenció sistemáticamente. La respuesta
que entonces parecía obvia la formuló así un contemporáneo:
«Nietzsche habría quedado desacreditado para siempre entre las personas
formadas de todo el mundo si hubiera dejado notar algún tipo de simpatía por un
burdo y desconsiderado Stirner, que hace alarde de un desnudo egoísmo y
anarquismo. De hecho, la escrupulosa censura de Berlín sólo permitió la
impresión del libro de Stirner por la razón de que los pensamientos expuestos
eran tan exagerados, que nadie iba a estar de acuerdo con ellos» (Rahden, 485).
Dada la mala fama de Stirner, es fácil imaginarse que Nietzsche no
quería verse asociado a él ni por un instante. Las investigaciones de Franz
Overbeck mostraron que en 1874 Nietzsche prestó a su alumno Baumgartner la obra
de Stirner, sacada de la biblioteca de Basilea. Fue esto quizás una medida de
precaución, la de dársela anticipadamente a sus alumnos para que estuvieran ya
preparados? En todo caso, así recibió el público esta noticia, una
interpretación en cuyo apoyo vienen los recuerdos de Ida Overbeck, amiga íntima
de Nietzsche en los años setenta. Esta relata:
«En una ocasión, cuando mi marido había salido [Nietzsche] conversó un
ratito conmigo y mencionó a dos elementos que ocupaban su atención y con los
que se sentía emparentado. Como en todas las ocasiones en las que adquiría
conciencia de una relación interna, se mostraba muy animado y feliz. Un poco
después topó con Klinger entre los libros de casa [ ...]. ¡Mira!, dijo, con
Klinger me he equivocado mucho. Era un filisteo, ¡no!, con él no me siento
emparentado. Pero Stirner, ¡ése sí!. Y al decir esto, un gesto festivo
recorrió su cara. Mientras yo me fijaba en sus rasgos con tensión, éstos
cambiaron de nuevo, hizo con la mano algo así como un movimiento de ahuyentar y
dijo susurrando: Ahora se lo he dicho a usted, cuando en realidad no quería
hablar de esto. Olvídelo de nuevo. Se hablará de un plagio, pero usted no lo
hará, ya lo sé» (Bernoulli, 238).
Ida Overbeck sigue relatando cómo, en presencia de su alumno
Baumgartner, Nietzsche designó la obra de Stirner como «la más audaz y
consecuente desde Hobbes». Como sabemos, no era un lector paciente, pero a su
manera era un lector a fondo. Pocas veces leía enteramente los libros, aunque
sí leía en ellos con un instinto certero para aquellos aspectos que eran
instructivos y estimulantes. Ida Overbeck relata al respecto:
«Me decía que, cuando leía a un escritor, siempre se sentía afectado
solamente por frases breves, con las cuales enlazaba él sus propios
pensamientos; y que, sobre las columnas que así se le ofrecían, ponía un nuevo
edificio» (Bernoulli, 240).
Pero ¿qué era lo que, por una parte, hacía de Stirner un leproso en la
filosofía y, por otra, ejercía el efecto de estimular a Nietzsche o de
confirmar su propio pensamiento? Más tarde, Nietzsche coqueteará en su propia
obra con el aura de la locura; y en relación con Stirner podía contemplar ya
ahora la propia empresa en el espejo de lo proscrito.
En la filosofía del siglo XIX, sin duda fue Stirner el nominalista más
radical antes de Nietzsche. La radicalidad con que practicó la destrucción
nominalista ha podido engendrar hasta hoy, especialmente entre los funcionarios
de la filosofía, la impresión de un desatino, pero en su empresa había rasgos
que en nada desmerecían de lo genial. Stirner es comparable a los nominalistas
medievales, que designaban los conceptos generales, especialmente los referidos
a Dios, como un «soplo», como un nombre sin realidad. En el núcleo del hombre
Stirner descubre una fuerza creadora que engendra quimeras para luego dejarse
oprimir por los propios engendros: ya Feuerbach había desarrollado este
pensamiento en su crítica de la religión. Y Marx trasladó al trabajo y a la
sociedad esta estructura de una productividad que se convierte en prisión para
los productores. En el sentido mencionado Stirner permanece en la tradición del
hegelianismo de izquierdas, por cuanto la emancipación del hombre se entiende
como liberación de la esclavitud bajo los fantasmas y las relaciones sociales
producidos por uno mismo Stirner agudiza la crítica. Es verdad, dice, que se ha
destruido el «más allá fuera de nosotros», o sea, Dios y la moral supuestamente
fundada en él. Aquí se ha «realizado la empresa de la Ilustración». Pero si
desaparece este «más allá fuera de nosotros», queda intacto, sin embargo, el
«más allá en nosotros» (Stirner, 192). Dios está muerto, lo hemos reconocido
como quimera, pero hay todavía fantasmas más persistentes, que nos atormentan.
Stirner acusa a los hegelianos de izquierda de que, después de matar a Dios, no
han tenido nada más urgente que, en lugar del más allá antiguo, poner un más
allá interior. ¿A qué se refiere Stirner con el «más allá en nosotros»? Por una
parte, con ello se designa lo que luego Freud llamará el «superyo», a saber, la
hipoteca heterónoma de un pasado que la familia y la sociedad han implantado en
nosotros, una hipoteca de la que procedemos. Y la expresión se refiere también
al dominio de los conceptos generales instaurado en nosotros, de conceptos como
«humanidad», «humanismo», «libertad». El yo, cuando despierta a la conciencia,
se encuentra cautivo en una red de tales conceptos, que tienen fuerza
normativa, y con los que el sí mismo interpreta su existencia, carente en sí
misma de nombres y conceptos. Ya para Stirner tenía validez el principio
existencialista de que la existencia precede a la esencia. El intento de hacer
que el individuo vuelva a su existencia sin nombre y de liberarlo de sus
prisiones esencialistas es un impulso procedente de dicho autor.
Tales prisiones son para él en primer lugar las religiosas, que, sin
embargo, ya han quedado suficientemente disueltas. En cambio, no está disuelto
todavía el dominio de los otros fantasmas esencialistas: la supuesta «lógica»
de la historia, las llamadas leyes de la sociedad, las ideas de humanismo y
progreso, de liberalismo, etcétera. Para el nominalista Stirner todas esas
nociones son universales que no tienen ninguna realidad. Ahora bien, si nos
sentimos poseídos por tales universales, éstos engendran en nosotros realidades
perniciosas.
Stirner se excita en especial por la expresión «humanidad», que normalmente
se usa en buen sentido. La humanidad no existe. Sólo existen individuos
innumerables. Y cada particular es inaprehensible a través de conceptos
similares al de humanidad. ¿Qué significa, por ejemplo, la «igualdad» del
género humano? ¿Que todos debemos morir? Pero nunca experimentamos el universal
tener que morir, sino solamente el propio. Yo nunca experimentaré cómo el otro
experimenta su tener que morir, por más que él sea mi prójimo. Yo no salgo de
mí. Experimento solamente algo sobre la experiencia del otro, pero no la
experiencia misma del otro. «Fraternidad» es también un concepto universal
relacionado con la «humanidad». ¿Hasta dónde puedo extender realmente este
sentimiento, tan lejos que abarque la tierra entera y el género humano? El yo se
ha volatilizado en esta forma de hablar. «Libertad» es otro prominente concepto
universal, que ha ocupado el fantasmagórico lugar de Dios. Stirner describe con
mordaz ironía a aquellos pensadores que construyen una máquina de la sociedad y
de la historia que, al final de su traqueteante trabajo, ha de llevar a cabo la
«libertad» corno un producto; pero hasta que tal cosa llegue seguimos siendo
esclavos como trabajadores del partido de esta máquina de la liberación. Así la
voluntad. de libertad se transforma en la disposición a servir a una lógica.
Qué consecuencias tan destructivas puede tener la fe en la lógica histórica es
algo que el marxismo ha demostrado suficientemente. Sin duda, en su crítica de
las construcciones universalistas de la liberación, Stirner ha tenido razón
frente a Marx.
Por tanto, el nominalismo de Stirner quiere «disolver los pensamientos a
través del pensamiento» (Stirner, 164). Pero esto no ha de tergiversarse. Este
autor no pretende la falta de pensamientos, sino la libertad para el
pensamiento creador, lo cual implica que no hemos de inclinarnos bajo el poder
de lo pensado. Hay que seguir siendo el engendrador de su pensamiento. El
pensar es una creación, el pensamiento es una criatura, y libertad de
pensamiento significa que el creador está por encima de su criatura; el
pensamiento es potencia y, por eso, más que lo pensado; el pensamiento vivo no
puede entregarse a la prisión del pensamiento. «Tal como tú eres cada instante,
eres tu criatura, y en esta criatura no puedes perderte a ti, el creador. Tú
mismo eres un ser superior a lo que tú eres, y te superas a ti mismo» (Stirner,
39).
El nominalismo medieval había defendido a un incomprensible Dios
creador, frente a una razón que quería encerrarlo en sus redes conceptuales. El
nominalista Stirner defiende el incomprensible yo creador frente a los
conceptos generales de tipo religioso, humanista, liberal, sociológico,
etcétera. Y así como para el nominalista medieval Dios es aquel abismo que se
ha creado a sí mismo y ha creado el mundo de la nada, y que en su libertad está
sobre toda lógica, incluso sobre la verdad, de igual manera para Stirner el
individuo inefable es una libertad «fundada en sí misma y en nada más». Del
mismo modo que antaño lo fuera Dios, también este yo es lo abismal, pues, en
palabras de Stirner, «yo no soy nada en el sentido de un vacío, sino la nada
creadora, la nada de la que yo mismo como creador lo creo todo» (Stirner, 5).
Con burla demasiado barata pudo Marx echar en cara al pequeño burgués
Schmidt/Stirner su situación social, que puso límites demasiado estrechos a la
creación. Pero en ello Marx no pensó el antiguo descubrimiento del estoicismo,
a saber, el hecho de que nosotros estarnos influidos no tanto por las cosas
cuanto por nuestras opiniones sobre las cosas. Y en definitiva Marx mismo en su
acción no se dejó guiar por el proletariado, sino por su fantasma. Por eso
Stirner tiene razón al acentuar en tal medida lo creado por el yo, pues es este
fantasma el que produce el espacio de juego en el que después el yo se apoya
teóricamente.
La filosofía de Stirner era un grandioso golpe liberador, a veces
caprichoso y burlesco. Y era también consecuente en un sentido muy alemán. Sin
duda Nietzsche lo experimentó como un golpe liberador cuando tenía que crearse
espacio para el propio pensamiento, cuando, por mor de la vitalidad de la vida,
reflexionaba sobre el problema del saber y de la verdad, y sobre cómo «el
aguijón del saber» había de «invertirse contra la verdad».
De todos modos, había en Stirner un aspecto que debía resultar
totalmente extraño e incluso escandaloso para Nietzsche. Por más que acentúe lo
creador, la tenacidad con que reclama la propiedad de su ser individual y único
muestra en definitiva a Stirner como un pequeño burgués, para el que la
propiedad lo significa todo, aunque sea solamente la propiedad de su ser
individual y único. También Nietzsche quiere liberarse de fantasmas y quiere
hacerlo todo con su pensamiento, a fin de llegar «a la auténtica posesión» de
sí mismo, como en cierta ocasión escribió en una carta (B, 6, 290). Pero los
gestos de Nietzsche no son tan de rechazo como los de Stirner; Nietzsche quiere
soltarse para llegar a sí mismo. Los esfuerzos de Stirner se dirigen al
desenmascaramiento, los de Nietzsche se centran en el movimiento; Stirner
forcejea por la ruptura, Nietzsche busca la partida."
martes, 1 de marzo de 2011
jueves, 23 de diciembre de 2010
Sí no vas a votar, que sea por desprecio.....
….pero más que a los políticos, ¡a los electores!
No saben cómo me repatea el tufillo a gazmoñería de aquellos que suponen tener alguna especie de superioridad moral y declaran que jamás votarían por un político para no “marcharse sus límpidas manitas ni sus almitas impolutas”. Esos que se creen adalides de la sociedad “siempre buena” que rechaza a los políticos “siempre malos” son hipócritas que olvidan que los últimos son un claro de la primera, y no otra cosa. ¿O creen acaso ustedes (algunos son capaces) que nuestros políticos son una especie de alienígenas que llegaron de algún lejano planeta y se apoderaron del mundo al ocupar los puestos políticos? No estimados amigos. Los políticos tienen su origen de donde están ustedes: la sociedad. No brotaron en macetas ni surgieron del fondo de los mares. Son sus parientes, sus vecinos, sus conciudadanos, sus compatriotas. Ellos son su reflejo, con todo y sus graves defectos, esos que ustedes, tan "honorables", juran no tener. Por eso han fracasado estrepitosamente todos los movimientos que con la bandera de la “antipolítica” que han hecho del poder sólo para demostrar ser peores al encargarse de los gobiernos. Ahí están los Chávez, los Berlusconi y otros muchos casos para comprobarlo. Los campeones de la anti política han resultado peores, y eso es porque una sociedad defectuosa producirá, inexorablemente, políticos defectuosos. Por eso son mojigatas y baladíes, incluso hipócritas, las opiniones de quienes presentan a “la sociedad” como una eterna inocente víctima de un grupo de perversos sujetos que la explotan y someten y que les llaman “políticos”.
Pero hay una actitud de no-voto que respeto y casi estoy a punto de suscribir. Es la de aquel que no vota como consecuencia de sentir un profundo desprecio no a los políticos, sino a la sociedad que los prohíja. La indiferencia del que sabe no necesitar de la sociedad no sus instrumentos de gobierno para realizarse. La del anarco individualista
Sí, porque el anarquismo en su expresión individualista supone el punto culminante del liberalismo (una especie de liberalismo radical en tensión permanente con los valores de no-dominación) y, por lo tanto, en su misma raíz se encuentra un individualismo extremo, una defensa radical de la libertad individual entendida como derecho absoluto de cada ser humano a actuar ateniéndose únicamente a los dictados de su propia conciencia y de su propia voluntad. Existe en la herencia libertaria la afirmación de que cada personalidad tiene un valor único, insustituible cuya expansión no debe verse limitada por ninguna frontera externa. Las diferentes doctrinas religiosas, políticas o económicas han hecho del individuo una pieza más de un engranaje (aunque la justificación fuera hacerlo el fin de sus designios como partícipe de una supuesta realidad magnánima diseñada por la Historia, así con H mayúscula) marginando el valor personal por sí mismo. En las diferentes sociedades, la mayoría de los hombres se conforman con ser determinados por el medio: el anarco-individualista, en cambio, se esfuerza en determinarse por sí mismo.
La tendencia libertaria es suscitar en los individuos el mayor conocimiento propio en el más estricto sentido empírico. Por ello abraza al antiautoritarismo en los diferentes ámbitos del ser humano: ético, intelectual, artístico, social, político, económico, etc. Es difícil encontrar en otras ideologías, supuestamente emancipadoras (socialismo, comunismo e incluso algunos anarquismos “comunitarios”) respuestas a las necesidades que se desprenden de la defensa del individuo. Una de las riquezas de la heterodoxia doctrinal libertaria ha sido tratar de responder a esos interrogantes.
Desprecia al autoritarismo, pero -como decía- también a toda forma de organización social estatal y no desde el punto de vista pudibundo de quien las considera “malas por corrompidas o impuras”, sino porque sencillamente busca su perfeccionamiento y realización casi exclusivamente en el ámbito individual y no cree en la sociedad como un valor superior. Por eso no vota. Por eso le nada al infierno a las estólidas campañas, a los triviales partidos, a las hipocresías de los “opinadores” a la Ricardo Raphael y a todo el pedestre juego electoral. Los ha trascendido
Mejor que moralizar es trascender, amigos míos
viernes, 2 de julio de 2010
La grandeza del Naif

"Tal vez Henri Rousseau era una de esas personas inocentes y sabias de las que se ríen los demasiado listos. Los demasiado listos se creen excepcionales, pero en realidad abundan tanto que son un aburrimiento. El excepcional de verdad es el sabio inocente, el original que no sabe que lo es, el que aparece y no se sabe de dónde ha podido salir, de qué manantial ha brotado su talento". Esta extraordinaria verdad fue sacada del artículo de Antonio Muñoz Molina que publicó El País a porpósito del arte naif. No dejen de leerlo. Sí, sigo en mi enconada guerra contra los ñoños.
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