jueves, 17 de abril de 2014

Leones Dirigidos por Asnos

 
De malos a muy malos fueron la inmensa mayoría de los generales que mandaron en la primera guerra mundial tanto de un bando como del otro, lo que tristemente contrastaba con la bravura y resolución mostrada, la más de las veces, por las tropas. “Leones dirigidos por asnos”, la frase se popularizó desde mucho antes que terminara una contienda en la que millones de hombres fueron lanzados a la muerte en ataques sin sentido fruto de estrategias obsoletas, errores de cálculo, ciega soberbia o simple y llana ineptitud. El ejemplo más célebre de esta incompetencia es, probablemente, el desastroso primer día de la batalla del Somme, cuando las vidas de miles de jóvenes reclutas británicos alegres, optimistas, entusiastas y patriotas fueron segadas por las ametralladoras alemanas. Ese día negro  (01 de julio 1916) es aun hoy considerado como el peor en la historia militar británica: casi 60 mil muertes. El responsable fue un pomposo militarillo llamado Douglas Haig. Ya antes otro fatuo general británico, John French, había sido culpable  de una serie de cruentos desastres en Flandes producto de su necedad y soberbia. Pero no solo británicos fueron los comandantes fracasados.  Los casos de incompetencia en los altos mandos abundaron. Por parte de Alemania fue palmaria la impericia, en una primera etapa, de los generales Moltke y Falkenhayn, incapaces de aplicar con eficacia las complejidades del famoso Plan Schlieffen. Serían sustituidos en el azaroso frente occidental por dos obtusos militares de la añeja escuela prusiana: Hindenburg y el infumable Ludendorff, quienes habían ganado fama en el frente oriental al enfrentar a los todavía más estúpidos generales rusos. La parejita Hindenburg-Ludendorff no se cansó de desperdiciar oportunidades ni de derramar vidas germanas en los campos de la Francia nororiental, siendo el infierno de Verdún el caso más siniestro.
 
En el lado francés infame es el recuerdo que dejaron, por ejemplo, ineptos comandantes como Robert Nivelle y el obsesivo y obstinado Joseph Joffre. Lo mejor de la juventud gala desperdiciada en las trincheras por culpa de las malas decisiones de este par de tontos, y no fueron los únicos. Por su parte, los italianos padecieron las pifias de Luigi Cadorna y los rusos tuvieron en el insensato zar Nicolás y su limitadísimo estado mayor a su peor enemigo. El imperio Austro-húngaro se puso en las manos de uno de los peores casos en esta feria de nulidades, el pedante Franz Conrad von Hötzendorf, un verdadero desastre nacional. Y así un largo etcétera.
Claro está, hubo excepciones importantes. La visión de Petain salvó a Francia en Verdún, la eficaz campaña emprendida en 1916 por el talentoso general ruso Brusilov evitó que el frente occidental colapsara para los aliados y, probablemente, a la larga decidió el resultado de la contienda. La negligentemente planeada campaña de la península de Gallipoli (animada, sobre todo, por el Primer Lord del Almirantazgo, un tal Winston Churchill) fue eficazmente repelida por un general diestro y carismático, una rareza en el podrido Imperio Otomano: Mustafa Kemal, más tarde conocido como Ataturk. La campaña en 1918 en el final de la guerra ha sido una de las más exitosas en la milenaria historia del ejército británico. Algunos generales como Plumer, Allenby (junto al famoso Lawrence de Arabia) y Monash tuvieron un destacadísimo desempeño en los campos de batalla. Pero la regla fue tolerar la más absurda incompetencia, la desidia, la marcada soberbia siempre acompañada por el absoluto desinterés en la vida y bienestar de los rasos. La opinión  pública no tardó en reprocharlo y en exponer a los torpes generales al ridículo. Los culpaban de enviar con indiferencia a los hombres a las trincheras en pésimas condiciones y siguiendo criterios tácticos y estratégicos inoperantes. Mandamases como Haig, French o Nivelle eran descritos como tontos atrapados en viejas fórmulas y clichés pasados de modas y sus formas e indiferente sobre sus hombres. Libros y libelos comenzaron a aparecer con títulos como “Los Burros” , “Los Carniceros” o “Los Chapuceros de la Gran Guerra”.
Más recientemente, los historiadores han mirado con mucho más benevolencia y nuevas perspectivas los problemas que los generales de la Primera Guerra Mundial debieron enfrentar. Era cierto que las academias militares de donde procedían estaban atrapadas en viejas fórmulas útiles para la guerra del siglo XIX, pero ineficaces para afrontar las nuevas técnicas y tecnologías del siglo XX. Estaban frente a un tipo de guerra que simplemente nunca había existido antes, con armas completamente novedosas con un poder destructivo nunca antes conocido como tanques, gas venenoso, aviones, súper cañones y, sobre todo alambradas y ametralladoras. Las nuevas tecnologías impidieron por años romper el punto muerto de las trincheras. A la mayoría de los generales ciertamente les tomó más tiempo dominar los nuevos tipos de lucha. Una minoría supo adaptarse más rápido. Sin duda cometieron algunos errores horribles, como el ya citado ataque en el Somme en 1916 y el desastroso ataque a Passchendaele el año siguiente.  Pero también se tuvieron  algunos grandes éxitos. Sería absurdo pretender, nos dicen los historiadores revisionistas, que los generales de la Primera Guerra Mundial aran todos estúpidos. Sin embargo, la principal reproche que se les sigue haciendo a quienes comandaron a los grandes ejércitos de aquella época  hace a los generales de la Primera Guerra sigue en pie y se refiere a la indiferencia con la que tomaron la muerte de millones de vidas, algo sin precedentes en la historia militar mundial, sin que tomaran medidas para recortar las bajas. Esa mancha quedará por siempre en la historia

martes, 8 de abril de 2014

Sofía Chotek, la otra víctima de Sarajevo


 
Es bien sabido que la Primera Guerra Mundial estalló tras el atentado que le costó la vida al archiduque Francisco Fernando, heredero del trono del imperio austrohúngaro, pero eso día también perdió la vida su esposa Sofía Chotek, la infortunada condesa de segundo rango que tanto sufrió con los desprecios y desazones que debió padecer en la rigurosa corte de los Habsburgo.  Nacida en 1868 en Stutgart, María Josefa Albina von Chotkow und Wognin era la cuarta hija de un conde de origen checo llamado Boguslaw Chotek. Se trataba de una familia acomodada y dueña de un cierto título nobiliario, pero de ninguna manera pertenecía a la elevadísima esfera social que las casas reinantes europeas. De hecho, se encontraba años luz de los Habsburgo. Sofía estaba destinada, por tanto, a desempeñar un papel secundario en la antipática estructura social de aquellos poco democráticos años. Logró, sin embargo, Sofía integrarse al séquito de damas de compañía de la Archiduquesa Isabel, esposa del Archiduque Federico, Duque de Teschen, cuya hermana María Cristina era madre del a la sazón rey español Alfonso XIII.

Sofía conoció al archiduque Francisco Fernando durante un baile de gala que tuvo lugar en Praga. Inició a partir de ese día una relación amorosa tan tórrida como subrepticia. Francisco Fernando empezó a visitar  asiduamente el palacete de su tía, la archiduquesa Isabel, quien interpretó tanta frecuencia en estas “pasaditas a saludar” al feliz hecho a que el heredero estaba interesado en alguna de sus hijas casaderas. La sorpresa y la desilusión fueron enormes cuando un día, por andar husmeando entre las cosas de su sobrino, la archiduquesa encontró una foto de Sofía. Fulminante fue Isabel en sacar conclusiones. Procedió a despedir de forma no menos vertiginosa a la interfecta, quien terminó “Corrida ora sí que como chacha”, según expresión típica de las buenas amigas de San Pedro Garza García de mi cuate Eloy Garza.

¡Pobre archiduque Francisco Fernando! Nadie pudo haber soñado que la violenta muerte de este señor tan desairado fuera a provocar la hecatombe de una guerra mundial. El heredero fortuito al tambaleante imperio Austro-Húngaro nació un día de diciembre de 1863 como hijo de Carlos Luis de Austria, hermano menor del emperador Francisco José y del malhadado Maximiliano, aquel que fuese ejecutado en nuestro Cerro de las Campanas. Desde joven mostró talento únicamente para ser uno de tantos nobles buenos para nada que pululaban en la corte de los Habsburgo, aficionados a la caza, a los viajes y a los placeres de la cama y la mesa. Eso sí, según sus mentores Francisco Fernando siempre fue buen alumno, obediente y dueño de una actitud digna y honesta. Una placentera irrelevancia le esperaba como ventura, pero el travieso destino hizo de las suyas. Su primo Rodolfo murió junto con su amante María bajo muy extrañas circunstancias en Mayerling, e inopinadamente Francisco Fernando se convirtió en el sucesor del Imperio.

El emperador Francisco José, que siempre consideró a su sobrino como una verdadera nulidad de mediocre intelecto y carácter pusilánime, quedó devastado al saber que su heredero era este mequetrefe. Y ahora, para colmo, el fulanito salía con que se enamoraba de quien no debía. ¡No les digo! Pero Francisco Fernando estaba demasiado enamorado de Sofía y movió cielo y tierra para obligar a la nobleza austriaca a aceptar a su dama. El emperador Francisco José I dejó claro desde el principio a su sobrino que no podía casarse con la noviecita. “Ten conciencia de Estado, demonios”, le espetaba casi cada que lo veía. El escándalo fue tal que llegó a oídos de las cortes extranjeras. Nicolás II de Rusia, Guillermo II de Alemania e incluso el Papa León XIII enviaron misivas implorando al monarca austríaco que permitiese celebrar la boda, dado que el distanciamiento entre tío y sobrino estaba llegando a límites ridículos, aunque se dice que el malvado Kaiser disfrutaba del asunto burlándose “entre carcajadas” de la puntada del heredero austriaco. Por otra parte, muchos en la corte de los Habsburgo temían un nuevo “Mayerling” (supuesto suicidio de Rodolfo y maría por motivos románticos) y empezaron a presionar para que Sofía fuera aceptada.

Finalmente accedió el anciano emperador, pero solo bajo la condición  de que Sofía no fuera coronada ni tratada como emperatriz. Además, la descendencia de tan morganática pareja no tendría oportunidad alguna de heredar el trono. Francisco Fernando no podría estar con su esposa en actos oficiales, donde le acompañaría una de sus tías o primas. Total, la boda se fijó para el 1 de julio del año siguiente, aunque ni el Emperador, ni los hermanos del novio, ni la mayoría de la tan bonita familia Habsburgo asistió a las nupcias. Sí fueron, en cambio, su benévola madrastra, la Archiduquesa María Teresa con sus hijas. El matrimonio fue feliz, dentro de las circunstancias que los rodearon siempre. Tuvieron tres hijos: Sofía, Maximiliano y Ernesto. Al menos en el terreno privado, el amor para Francisco Fernando y Sofía había triunfado.

La realidad es que Francisco Fernando era menos bobo de lo que su tío siempre quiso suponer. Más allá de su muy impugnado matrimonio, el heredero estaba consciente de que el Imperio atravesaba una profunda crisis y de que urgían reformas. Era partidario de iniciar reformas diseñadas a integrar a las minorías eslavas. Por eso tuvo un particular interés en visitar Sarajevo, capital de la recientemente integrada provincia de Bosnia. Además, ese viaje le daría la oportunidad -que jamás tenía en Viena, Praga o Budapest- de saltarse el protocolo y lucir a su esposa sin complejos. Pasearían juntos muy orondos por toda la ciudad, y ella tendría, aunque fuese efímeramente, el rango que la esposa de un heredero imperial debía tener.

La historia registra que el 28 de junio de 1914, el archiduque Francisco Fernando visitaba la ciudad de Sarajevo paseando junto con su esposa en un automóvil descapotable. En Viena varios ministros metiches le habían advertido al heredero sobre un posible atentado, pero Francisco Fernando no hizo caso  y puso marcha el bonito plan de visitar la ciudad. En el trayecto por las calles de Sarajevo un terrorista arrojó una bomba contra el coche descapotable con el Archiduque, misma que hirió a un oficial, pero nada le hizo a la morganática pareja, la cual siguió su camino hacia la alcaldía. Se le recomendó otro camino para el regreso, pero él, fiel a aquello de “nobleza obliga” decidió ir a visitar al oficial herido al hospital militar. El error terminó por costarle la vida a él, a su menospreciada conyugue y, en el transcurso de los siguientes trágicos cuatro años a aproximadamente nueve millones de personas. El nacionalista serbio Gavrilo Princip, perteneciente a la sociedad secreta “La Mano Negra” (nada que ver con las chiras pelas), interceptó el auto y disparó contra sus ocupantes. El archiduque empezó a sangrar por la boca; su esposa se desplomó tras recibir un disparo en el vientre. Murieron en pocos minutos. Francisco Fernando alcanzó a musitar:Sofía, no mueras, vive por nuestros hijos…”
La manera trágica en la que fue ultimada junto con su marido  no fue óbice para que la soberbia de los Habsburgo no se permitiera propinarle a la pobre Sofía una postrer humillación  Francisco Fernando fue enterrado, con todos los honores, en Viena, la capital de los Habsburgo. Su esposa recibió sepultura a su lado, pero un ojo avizor tuvo la poca delicadeza de poner el catafalco de la difunta 45 centímetros por debajo del de su marido, para denotar así la diferencia de rango existente entre los cónyuges, incluso en la muerte. Mientras a los pies del archiduque se colocaron los símbolos de heredero al trono, a los de Sofía sólo se puso un abanico, símbolo de que la fallecida era tan sólo una dama de la corte y no la consorte del heredero al trono. El emperador felicitó al responsable por ese "pequeño detalle de buen gusto". 

viernes, 28 de marzo de 2014

Mis Siete Frases Favoritas de Octavio Paz

Como un ínfimo homenaje a Octavio Paz en su centenario, les comparto a ustedes siete frases del poeta que. por alguna razón, recuerdo constantemente. Las tengo como grabadas en el alma y vienen a mi a cada rato. Alguna de ellas es parte de una traducción suya:


 
¡Si tú eres el sol que se levanta, yo soy el camino de sangre!


…en la ciudad abstracta, entre geometrías vertiginosas, formidables quimeras levantadas por el cálculo
 
 
 
 
 




…un árbol bien plantado más danzante


 
…cierra los poros de su alma al infinito que lo tienta,
ensimismado en su árida pelea


Familias, criaderos de alacranes: como a los perros dan con la pitanza vidrio molido, nos alimentan con sus odios y la ambición dudosa de ser alguien.
Por el Ganges y sus aguas rojas, más vasto que un imperio crecería mi vegetal amor, y más despacio.
 
¡Chillen, Putas!
 

lunes, 27 de enero de 2014

Primera Guerra Mundial: Los Orígenes


 
Todos los grandes acontecimientos históricos poseen grados de complejidad y tratar de buscar una singular causa que los genere produce, por lo general, desilusiones. Esto es particularmente cierto en el caso de la Primera Guerra Mundial, hecatombe cuyo origen ha sido y es hoy, a cien años de distancia, objeto de una gran cantidad de teorías. Muchos historiadores anglosajones se van por el camino más fácil y sencillamente explican que la causa de la guerra fue exclusivamente el expansionismo alemán. Para esta visión reduccionista todo fue culpa de las ambiciones excesivas del Kaiser y de los Junkers, y se hace caso omiso de las complejidades de la política de aquel entonces. Esta hipótesis  fue concebida y postulada, desde luego, incluso antes de que la propia guerra hubiese terminado. Los gobiernos aliados explicaban que la agresión del antidemocrático Imperio Alemán obligó a las potencias de la Entente a ir la guerra para defender no sólo el equilibrio de poder, sino la supervivencia de la civilización occidental. La existencia de un gran plan militar alemán, concebido por el jefe del Estado mayor del II Reich Alfred Graf von Schliffen, es aún hoy para muchos prueba fehaciente de que los alemanes poseían una inquebrantable vocación agresora. Sin embargo, esta perspectiva ignora el impacto y trascendencia de los acontecimientos que ocurrían más allá de Alemania. Gran Bretaña había seguido una política de exclusión de los estados rivales de grandes extensiones de África y Asia con el fin de proteger sus intereses comerciales. La competencia interna por el poder entre las élites de Austria y Hungría contribuyó decididamente al desarrollo de un importante partido "pro guerra " en el imperio de los Habsburgo. El deseo, se diría la obsesión, de Francia de recuperar el prestigio y los territorios perdió en la guerra franco-prusiana aumentó de la beligerancia de su diplomacia. Tras su humillante derrota ante Japón en la guerra de 1905, Rusia inició un programa de rearme masivo de Rusia que prendió todas las alarmas en Alemania.

Por su parte, la escuela marxista sostienen que en 1914 la guerra era inevitable no a causa de las acciones individuales de cualquier Estado, sino porque la estructura de un orden mundial imperialista y el sistema económico capitalista la hacían ineludible. La industrialización de las grandes potencias provocaba un creciente apetito por adquirir nuevos mercados y recursos naturales, lo que impelía a los Estados europeos a conquistar nuevas y extensas posesiones coloniales. Sin embargo, el determinismo subyacente de este análisis no tiene en cuenta el impacto de las decisiones individuales, siempre tan influyentes en el caprichoso devenir histórico. Estados europeos se habían enfrentado sobre el tema de las posesiones coloniales imperiales desde hacía décadas y , sin embargo, la guerra se evitó muchas veces antes de 1914. Como Margaret MacMillan señala, para los países involucrados, " siempre había una opción."

Una tercera escuela de autodefine como "de culpabilidad múltiple", y expone que el conflicto del 14 estalló a causa de los graves errores, omisiones, precipitaciones y malas interpretaciones de las elites políticas y militares. Esta postura es representada, cobre todo, por Barbara Tuchman y, más recientemente, por Niall Ferguson y Sean McMeekin. Esta interpretación destaca que después de haber conocido grandes estadistas en el siglo XIX (Disraeli, Gladstone, Bismarck, etc.) Europa se vio de repente gobernada por mediocres élites políticas y militares. Tuchman culpa " estadistas y diplomáticos abrumados, equivocados y en ocasiones mendaces que tropezaron en una catástrofe cuyos horrores no podían ni imaginar.” Para  McMeekin los estadistas de la época simplemente “no estuvieron a la altura de las circunstancias”, y Ferguson alega que los gobernantes europeos actuaron más en atención de sus necesidades locales que con una perspectiva global y de largo plazo.

Pero este enfoque tiene el defecto de enfatizar demasiado las decisiones políticas y olvida un tanto los contextos económicos y militares más. Historiadores como Christopher Clark y Margaret MacMillan emplean métodos analíticos en los que aceptan que  las decisiones adoptadas durante la crisis fueron, sin duda, importantes, pero deben considerarse en el contexto de las instituciones en las cuales se tomaron, así como las ideologías, las psicologías, y las complejidades históricas que las enmarcaron . La exposición de Clark incluye una descripción detallada de la evolución del movimiento ultra nacionalista en Serbia que facilitó el asesinato de Franz Ferdinand (trágicamente una de las voces más poderosas para la paz en Austria) y examina cómo fue que varias decisiones y acontecimientos entrelazados fueron causa de la hecatombe.

Evidentemente, para comprender los distintos enfoque que existen sobre el origen de la Primera Guerra Mundial hay que entender el panorama mundial particular que a cada historiador le ha tocado vivir. Los orígenes de la escuela clásica que culpa a Alemania de la tragedia son políticos. Los historiadores marxistas abiertamente escribieron para un doble propósito donde la comprensión histórica iba de la mano con una ideología política prescriptiva. El trabajo de Tuchman y McMeekin refleja sus propios contextos históricos. Tuchman escribió en el apogeo de la Guerra Fría, cuando -al igual que en 1914- las pifias de las élites políticas podrían llevar a un Armagedón global. Las visiones más contemporáneas conviven con las complejidades del mundo de la posguerra fría. Estas contextualizaciones para nada invalidan el trabajo del historiador. Es, inevitablemente, el producto del su propio contexto y de preconcepciones inevitables. Esto es lo que hace que la historia de una disciplina tan rica y vital. El historiador debe dominar los distintos elementos de análisis y entender que el objetivo final no es alcanzar la verdad, sino la comprensión.

viernes, 3 de enero de 2014

La Escuela de Pirrón

All true language is incomprehensible, like the chatter of a beggar's teeth." Antonin Artaud.

¿Cuántas cosas han en este mundo que sólo se resuelven dejándolas sin resolución?

 

Dicen que las mentiras tienen piernas cortas, ¡Ah pero como saben hacer zancadillas!

El ciego amor jamás ha sido capaz de discernir donde acaba dios y donde empieza satán.

“Toda la música tiende al silencio.” ― Giovanni Papini

"¿Es la prisa la pasión de los necios?", se preguntaba Pascal.

“Se me debe exigir que busque la verdad, pero no que la encuentre.” ― Denis Diderot

No persons are more frequently wrong, than those who will not admit they are wrong.” ― François de La Rochefoucauld
 

Centenario de la Primera Guera Mundial (1914-2014)

 

 
El año que acaba de comenzar se cumple el centenario del inicio de la Primera Guerra Mundial, uno de los grandes dramas vividos por la humanidad. Se espera que aparezca a los largo de los próximos meses una avalancha editorial de libros y publicaciones que aborden el tema. En esta pequeña columna de La Cueva del Oso Bruno y en Villa Arpinti estaremos muy pendientes sobre mucho de que se diga, escriba y haga en torno a esta conmemoración. Asimismo, en 30 Días.mx haremos constante remembranza de algunos de los hechos históricos y personales que configuraron esta gran tragedia.
Por lo pronto, vale la pena empezar a armarse con algunas de las novedades editoriales que ya aparecieron publicadas en nuestro idioma y que, esperamos, estén muy pronto disponibles en las librerías mexicanas, aunque para lo que somos fans del Kindle adquirir esta interesantísima literatura es algo más práctico y sencillo.  Empiécese, si se quiere, por la novela histórica 14, de Jean Echenoz (Anagrama) una breve narración en la que pese a que el argumento principal y los protagonistas son ficticios, se ofrece un buen análisis y una mirada diferente de lo que fue la Gran Guerra y de cómo ésta se vivió por las personas de a pie, tanto en el frente como lejos de él. Novelita ligera que ha tenido una recepción controvertida por parte de la crítica (muchos la aborrecen), pero creo que puede ser una introducción interesante para después pasar a leer libros históricos especializados como el de La Primera Guerra Mundial, publicado por Crítica, obra de Michael Howard, para muchos uno de los mejores historiadores militares vivos. Un muy buen resumen en un solo volumen que presenta la contienda en un contexto amplio con una prosa amena.
Otro extraordinario historiador militar es Max Hastings que en 1914: El Año de la Catástrofe (Crítica) no solo analiza las batallas y el desarrollo estrictamente militar sino (como lo hace en sus obras sobre la Segunda Guerra Mundial) también presenta un buen número de testimonios y documentación de los civiles. Otro libro que ha recibido muy buenas críticas es 1914-18: Historia de la I Guerra Mundial (Debate), de David Stevenson un análisis muy bien fundado y una guía segura para el lector. Extraordinariamente documentado, el autor divide en cuatro partes que corresponden a otras tantas fases del conflicto: estallido, escalada, resultado y legado. Se incluye una nota en la que se explican algunos términos militares y navales. Muy buena obra de consulta general, erudita y completa, tal vez demasiado abrumadora para el lector novel, pero que vale la pena tener en una biblioteca sobre la Primera Guerra Mundial.
 
En La Primera Guerra Mundial, (Crítica) Hew Strachan ofrece un interesantísimo resumen en un solo volumen de lo que fue la Gran Guerra, una síntesis de lo que será su obra magna en tres volúmenes sobre el tema, del que por ahora sólo ha sido publicado el primero, To Arms (que tiene más de1,250 páginas). Un libro original por su organización y temática, muy interesante y que representa una forma diferente de conocer lo que fue la guerra ya que no se sigue un esquema estrictamente cronológico, sino que aborda el tema tal y cómo si se desplegase una red. Analiza también de forma particular cómo la contienda afectó a y se desarrolló en las colonias europeas en África y Asia, un tema que a veces se deja un tanto de lado.
Será la editorial Turner la encargada de publicar 1914: de la paz a la guerra de Margaret Macmillan, Esta es una de las obras más esperadas sobre el tema. La autora, bisnieta del primer ministro  premier británico David Lloyd George, escribió hace unos años un aclamadísimo libro sobre el Tratado de Versalles (París 1919: seis meses que cambiaron al mundo), y ahora viaja al extremo opuesto del conflicto, justo a sus causas, para desentrañar  la red de alianzas, los tratados, las intrigas que condujeron a la que se convirtió en la mayor contienda que había vivido el mundo hasta entonces. Macmillan se plantea si se pudo evitar el estallido de la guerra y llega a la conclusión de que sí, de que fue un enfrentamiento que pudo haberse impedido incluso hasta el último momento.
También se espera para este año una reedición del gran clásico Los Cañones de Agosto, de la magnífica historiadora Barbara Tuchman, un completo imprescindible para quienes amamos la historia. La versión original de este libro data de 1962 y, desde entonces, se ha convertido en un libro obligado. Por cierto que de Tuchman, también es sumamente recomendable (en realidad, todo es recomendable de esta impecable historiadora) el libro El Telegrama Zimmermann, que tanto nos compete a los mexicanos. Dos espléndidas obras escritas con un inmpecable estilo literario y una acuciosidad impresionante.
Esto se puede decir, de forma muy sucinta, sobre algunas de las obras que están o estarán  disponibles en español. Desde luego, falta la literatura. Pocos acontecimientos históricos han inspirado tantas obras literarias como la primera guerra mundial. En nuestras próximas editoriales abordaremos el tema.