viernes, 4 de septiembre de 2009

cartas a la Reina de Corazones 4: Amina de Zaria


Reina:

Quienes nos hemos interesado de alguna u otra forma en la historia militar del mundo tarde o temprano nos topamos con la interrogante de cuál ha sido el papel de las mujeres en el gran drama humano que es la guerra. Desde luego, dese siempre han sido víctimas principales de los excesos y arbitrariedades de los vencedores, han sido masacradas, secuestradas y violadas por siglo por los ejércitos triunfantes que las han visto como trofeos de guerra. Pero también existe la otra cara, la de aquellas destacadísimas líderes militares y estrategas que lejos de conformarse con el papel de resignadas mártires se han convertido en grandes protagonistas de los campos de batalla. Ya hemos visto que la inexcusablemente olvidada historia de África nos ofrece insignes ejemplos de reinas guerreas que han sido empecinadas luchadoras por la libertad e inspiración para la independencia de sus pueblos. Hoy veremos a una gran reina conquistadora que fundó un imperio en lo que hoy es el norte de Nigeria, en las zonas que bordean el majestuoso Río Níger, prototipo de osadía, inteligencia y capacidad de mando: la portentosa Amina de Zaria (1533-1612), reina del pueblo Hausa, cuya leyenda –entre otras cosas- fue el modelo en el que se inspiraron los creadores de la famosa serie de televisión “Xena”, ¿Te acuerdas, Amore?.
Los hausas son una de las etnias más importantes de África Occidental. Habitan principalmente en la zona semidesértica del Sahel. Son actualmente mayoría étnica en el norte y centro de Nigeria, el país más poblado de África, y de Níger, uno de las naciones más pobres del mundo. Los hausas son mayoritariamente musulmanes, de lo que se ha derivado deriva una gran paradoja en la historia de las mujeres y que te cuento al final de esta cartita.

Amina fue la primogénita de la reina Nikatau, quien a su vez fue hija del monarca que fundó el reino hausa de Zaira (Zazzau) sobre el río Níger cuando aún existían los residuos del Imperio Songhai, glorioso imperio medieval africano el cual construyó la ciudad de Tombuctú (de ahí es el famoso “Trucutrú”, de quien ya te he platicado). Su padre, aunque tenía excelentes relaciones con el emperador Songhai, prefirió mantener su autonomía. La madre de Amina había tenido buena disposición hacia el entrenamiento militar cuando joven y fue de ella fue la indómita Amina heredó talento para las armas. Tras la muerte de tan vigorosa madre, en 1566, el hermano mayor de Amina, Karama, ocupó el trono tras la muerte de la reina, pero el trono quedé vacante tras morir Karama en batalla. Entonces ya la guerrera estaba más que lista para asumir el cetro. Te recuerdo que en la mayoría de estas grandes civilizaciones africanas no existían restricción en las sucesiones Reales respecto al sexo. Con el imperio Songhai en franca decadencia y con los europeos merodeando por todos lados con la cruel intención de hacer a todos negros esclavos, Amina optó por fortificar sus ciudades con fuertes murallas que protegieran a los habitantes de cualquier invasor. Todas las ciudades-estado de los Hausa pronto tuvieron sus inexpugnables fortificaciones, y una vez que esta hermosa amazona tuvo bien resguardadas sus ciudades, comenzó su plan de expansión.

El declinante imperio Songhai había estado proporcionando oro y esclavos a los colonialistas europeos de forma incondicional, pero no conformes con eso los europeos se ambicionaban controlar las minas di’oro que estaban dentro del territorio de Amina. Ella no esperó a-ver-que-pasaba ni se dedicó a comer manzanas, como hacen los soldaditos rumanos de “Última Noche de Amor, Primera Noche de Guerra”, sino que atacó ella primero, todo un ejemplo de que hoy se conoce en el argot militar como “ataque preventivo”. Fue así que comenzó a conquistar territorio para su propia nación, añadiendo más ciudades –estados, expandiendo así sus fronteras y dominio militar en una extensión sin precedentes. Amina siempre marchaba a la cabeza de sus huestes y jamás retrocedía en las batallas. Llegó a dominar la que ahora es la ciudad nigeriana de Kano, importante centro de comunicaciones entonces y ahora.

Sus soldados llamaban a su excepcional comandante con el no poco machista apodo de “Yar Bakwa ta san rana”, lo cual en lengua hausa significa “Amina hija de Bakwa, mujer tan capaz como un hombre.”Otros gobernantes comenzaron a rendirle tributo, enviándole nueces de kola y eunucos como regalos. Otros le pagaban fuertes impuestos. Entre los enemigos políticos de Amina se contaban a varios reyezuelos blandengues y pusilánimes, como el califa islámico de Marruecos y el sultán Ahmed Al Mansur, quienes solamente sabían responder “sí señor” a los europeos. El más cobarde era, sin duda, Askia Isshac, el indigno último emperador Songhai.
Durante 34 años más o menos, Amina demostró que era la mejor guerrera del mundo. Pero ella no sólo destacó como invicta mujer de armas. También favoreció el comercio. Promovió la prosperidad a su nación a través de la exportación de sal, oro, corceles y algodón. Cómo potencial madre, la guerra le hizo pagar un alto precio: se le malograron tres embarazos por ir a batallar en plena gestación. Se dice que tras cada victoria la reina escogía entre los nobles y soldados del ejército vencido al caballero que más le cuadraba para pasar la noche con él. El privilegiado era asesinado a la mañana siguiente. Se cree que tras su tercer malparto la soberana quedó imposibilitada de volver a quedar encinta. También debió padecer que Zahsa, su sobrina predilecta e hija de su hermano Karama, muriera embarazada durante una de las batallas. Amina, quien la amaba como hija propia, nunca se perdonó a sí misma haber permitido que la muchachía participara en combate.

La reina también tenía su lado femenino amable. Adoraba a los niños y a los animales. Tenía a su camello favorito, que se llamaba Ki, Sobre el cual comía y dormía durante sus campañas. Era también de varios fino corceles de extracción árabe que le había arrebatado a unos esclavistas musulmanes. Pero su consentidazo fue el malcriado elefante Sou, quien una vez se le perdió por ¡20 días! Por andar “pajareando”. La inflexible guerrera derramó entonces las únicas lágrimas que se conoce que ella soltara en público. Afortunadamente, el travieso elefantito le fue devuelto por unos comerciantes árabes, quienes le cobraron un fabuloso rescate. Dicen quienes lo encontraron que Sou presentaba una imagen de animalito desconcertado y triste, muy sucio y con las pezuñas sin cortar, gordo por haber abandonado la estricta alimentación al que la reina lo tenía sujeto por andar comiendo cuanta porquería se encontraba en el camino.
Amina moriría en 1610, al parecer en batalla, aunque las versiones son contradictorias. Cuando se supo la noticia en Europa, muchos de los protervos comerciantes de esclavos soltaron un suspiro de alivio. Quizás ese fue uno de los tantos piropos disfrazados que esta reina coleccionó a lo largo de su vida como guerrera infatigable, monarca justa y mujer incomparable
Cuatrocientos años después de que el norte nigeriano fue testigo de estas hazañas protagonizadas por una mujer, otra Amina hizo historia, pero de una manera muy diferente: como símbolo de la aciaga subordinación a la que están sometidas las mujeres en las fanáticas regiones musulmanas. Se trata de la tristemente famosa Amina Lawal, mujer campesina y analfabeta miembro de una numerosa familia hausa musulmana. Amina dice no tener recuerdos de de su infancia (si es que tuvo alguna) y que a los 14 años se casó por primera vez. "Cuando era niña trabajaba en casa ayudando a mi madre. Luego me casé por primera vez y tuve dos hijos. Mi marido empezó a tener problemas económicos y me abandonó. Me casé por segunda vez, pero me volví a divorciar. Ésa vez fue porque mi marido me maltrataba, era impotente y me prohibía ver a mis padres". Meses más tarde, la policía islámica la detuvo con una hija recién nacida en sus brazos bajo la acusación de adulterio. Ella dijo que era hija de su nuevo novio, Jahaya Mahmud, quien la había convencido de mantener relaciones sexuales con la promesa de que se casaría con ella. “Ándale, dame la prueba di’amor”, le dijo.

Mahmud juró ante el tribunal que no era el padre de la chamaquita. “No seas mahmud y di la verdad”, le reclamó Amina, pero el Mahmud fue liberado sin cargos mientras Amina era condenada, en febrero de 2002, a ser llevada a un lugar público, enterrada hasta el cuello, y lapidada hasta la muerte. Para el tribunal islámico que la juzgó no estar casada y haber tenido una hija constituía una prueba del delito de adulterio contra anterior marido, el zoquete impotente que la maltrataba. Afortunadamente el caso trascendió a nivel internacional gracias a la intervención de varias Ong’s defensoras de los derechos humanos, lo que evitó que esta atrocidad fuese perpetrada. Esta es la paradoja que vivió el norte de Nigeria con sus dos Aminas más célebres: la campeona estratega y la víctima del fanatismo y la ignorancia actual.