Los soviéticos solían experimentar sus menjunjes
letales con prisioneros políticos encerrados en los Gulag. Aprendieron así a elaborar
venenos “a modo”, considerando altura, peso, hábitos alimenticios y hasta
posibles alergias de las víctimas. El envenenador más diestro sabe que la dosis
óptima es la que mata sin dejar rastro, la capaz de ofrecer un veredicto de “muerte
natural” o “causa indeterminada” por parte de un forense. Los disparos con
armas de fuego son estridentes y toscos. Las armas bancas, sórdidas y demasiado
teatrales. El veneno, en cambio, es deliciosamente sutil y misterioso. El
veneno supone varios tipos de agonía, no siempre es fácil de detectar y
algunos, incluso, pasarán por siempre desapercibidos
La lista de opositores y disidentes políticos intoxicados
se amplía constantemente en la presidencia de Vladimir “El Envenenador” Putin.
El caso más reciente fue el de Alexei Navalni. Tomaba este activista pro
derechos humanos un té en el avión que viajaba desde la siberiana ciudad de
Tomsk a Moscú cuando, repentinamente, perdió el conocimiento. Hoy se encuentra
en un hospital alemán al borde de la muerte. ¡Vaya con los famosos tés de Putin!
En 2004, Roman Tsepov, guardaespaldas del presidente en la década de los 90, murió
después de beber un buen Earl Grey al parecer “bien cargado”. Ese mismo año, la
periodista Anna Politkovskaya perdió el conocimiento en un vuelo rumbo a la
ciudad de Rostov después de tomar té en el avión. Sobrevivió, pero solo para
ser asesinada poco después por un sicario. En
2015, Vladimir Kara-Murza cayó en coma durante una semana en Moscú. Ingirió té en
un vuelo de Aeroflot. Imposible olvidar el envenenamiento de Alexander
Litvinenko, quien tomó unos sorbos de té verde mezclado con polonio
radioactivo. Murió semanas después. En 2012,
Alexander Perepilichny tomó un té clandestinamente aderezado con gelsemium, una
planta rara originaria de una remota región en China y saturada de raras toxinas.
No murió de inmediato, sino horas después mientras deambulaba por los senderos
de Hyde Park.
Pero no siempre son tés. Sergei Skripal fue intoxicado
con un agente nervioso legado de la era soviética, el novichok, el cual fue untado
en el picaporte la puerta de entrada de su casa en Londres por agentes de la
FSB (la versión actual de la KGB). Él y su hija cayeron desplomados varias
horas después en un banco del centro de la ciudad. Sobrevivieron, pero una
mujer que tuvo la mala idea de visitarlos ese mismo día murió dos meses más
tarde. Yuri Shchekochikhin pereció repentinamente mientras comía, apenas unos
días previo a emprender un viaje a los Estados Unidos. Sus documentos médicos
fueron considerados clasificados por las autoridades rusas. En 2004, el
candidato presidencial ucraniano Viktor Yushchenko apenas sobrevivió a una sopa
contaminada con TCCD, sustancia mucho más venenosa que el cianuro. Sobrevivió,
pero la cara le quedó horriblemente desfigurada para siempre.
Y, bueno, la verdad es que Putin a veces se desespera
y acaba por recurrir a los métodos bruscos. Sucedió con Borís Nemtsov asesinado a tiros a unas cuadras del Kremlin
en febrero del 2015. Con Anna Babúrova, periodista, y Serguéi Markélov, abogado,
asesinados a manos de un pistolero. Con Natalia Estemírova, secuestrada y
asesinada de un tiro a quemarropa. Con la ya citada Politkóvskaya, acribillada
en el elevador de su edificio. El oligarca y ex aliado de Putin, Boris
Berezovsky, fue encontrado muerto dentro de un baño cerrado en su casa en el
Reino Unido, estrangulado con una bufanda de Burberry. Sergei
Yushenkov acababa de registrar su movimiento “Rusia Liberal” como partido
político cuando fue asesinado a tiros fuera de su casa en Moscú. A Zelimkhan
Khangoshvili, ex combatiente checheno, le dispararon en la cabeza en el Tiergarten de
Berlín. Algo aún más grotesco le pasó al abogado Sergei Magnitsky, muerto bajo
custodia policial tras ser brutalmente golpeado.
Vladimir Putin es un hombre de muchas caras: patriotero
canalla, machista irredimible, populista de derecha, manipulador cínico y despiadado
señor de la guerra. Pero su verdadero rostro es el de un gobernante asaz incompetente,
cuya mala gestión tiene a la economía en pésimas condiciones y a Rusia víctima
de una rampante corrupción. Ahora, a golpe de aprobar reformas legales abusivas,
pretende perpetuarse en el gobierno. Como todo mafioso, sabe que sin poder podría
ser víctima fácil de sus muchos enemigos. Por eso también es cada vez más
intolerante a cualquier forma de oposición real o sospechosa, ya seas partidos
políticos, organizaciones de la sociedad civil, medios de comunicación o
activistas como Alexi Navalny. En la vecina Bielorrusia los ciudadanos se
levantan en contra del sátrapa Lukashenko. Putin pone barbas a remojar. Los regímenes que
gobiernan mediante el miedo, viven con miedo. La gente puede, algún día,
cansarse de tantas corrupción y brutalidad. Por eso estos tiranos se recurren
sin tregua a la propaganda, las mentiras, el clientelismo y, en última
instancia, al asesinato temerario.
Pedro Arturo Aguirre
Publicado en Etcétera,
29 de agosto de 2020
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