Es bien sabido que la Primera
Guerra Mundial estalló tras el atentado que le costó la vida al archiduque
Francisco Fernando, heredero del trono del imperio austrohúngaro, pero eso día
también perdió la vida su esposa Sofía Chotek, la infortunada condesa de
segundo rango que tanto sufrió con los desprecios y desazones que debió padecer
en la rigurosa corte de los Habsburgo. Nacida
en 1868 en Stutgart, María Josefa Albina von Chotkow und Wognin era la cuarta
hija de un conde de origen checo llamado Boguslaw Chotek. Se trataba de una
familia acomodada y dueña de un cierto título nobiliario, pero de ninguna
manera pertenecía a la elevadísima esfera social que las casas reinantes
europeas. De hecho, se encontraba años luz de los Habsburgo. Sofía estaba
destinada, por tanto, a desempeñar un papel secundario en la antipática estructura
social de aquellos poco democráticos años. Logró, sin embargo, Sofía integrarse
al séquito de damas de compañía de la Archiduquesa Isabel, esposa del
Archiduque Federico, Duque de Teschen, cuya hermana María Cristina era madre del
a la sazón rey español Alfonso XIII.
Sofía conoció al archiduque
Francisco Fernando durante un baile de gala que tuvo lugar en Praga. Inició a
partir de ese día una relación amorosa tan tórrida como subrepticia. Francisco
Fernando empezó a visitar asiduamente el
palacete de su tía, la archiduquesa Isabel, quien interpretó tanta frecuencia
en estas “pasaditas a saludar” al feliz hecho a que el heredero estaba
interesado en alguna de sus hijas casaderas. La sorpresa y la desilusión fueron
enormes cuando un día, por andar husmeando entre las cosas de su sobrino, la
archiduquesa encontró una foto de Sofía. Fulminante fue Isabel en sacar
conclusiones. Procedió a despedir de forma no menos vertiginosa a la interfecta,
quien terminó “Corrida ora sí que como chacha”, según expresión típica de las
buenas amigas de San Pedro Garza García de mi cuate Eloy Garza.
¡Pobre archiduque Francisco
Fernando! Nadie pudo haber soñado que la violenta muerte de este señor tan desairado
fuera a provocar la hecatombe de una guerra mundial. El heredero fortuito al
tambaleante imperio Austro-Húngaro nació un día de diciembre de 1863 como hijo
de Carlos Luis de Austria, hermano menor del emperador Francisco José y del
malhadado Maximiliano, aquel que fuese ejecutado en nuestro Cerro de las
Campanas. Desde joven mostró talento únicamente para ser uno de tantos nobles
buenos para nada que pululaban en la corte de los Habsburgo, aficionados a la
caza, a los viajes y a los placeres de la cama y la mesa. Eso sí, según sus
mentores Francisco Fernando siempre fue buen alumno, obediente y dueño de una
actitud digna y honesta. Una placentera irrelevancia le esperaba como ventura,
pero el travieso destino hizo de las suyas. Su primo Rodolfo murió junto con su
amante María bajo muy extrañas circunstancias en Mayerling, e inopinadamente
Francisco Fernando se convirtió en el sucesor del Imperio.
El emperador Francisco José,
que siempre consideró a su sobrino como una verdadera nulidad de mediocre
intelecto y carácter pusilánime, quedó devastado al saber que su heredero era
este mequetrefe. Y ahora, para colmo, el fulanito salía con que se enamoraba de
quien no debía. ¡No les digo! Pero Francisco Fernando estaba demasiado
enamorado de Sofía y movió cielo y tierra para obligar a la nobleza austriaca a
aceptar a su dama. El emperador Francisco José I dejó claro desde el principio
a su sobrino que no podía casarse con la noviecita. “Ten conciencia de Estado,
demonios”, le espetaba casi cada que lo veía. El escándalo fue tal que llegó a
oídos de las cortes extranjeras. Nicolás II de Rusia, Guillermo II de Alemania
e incluso el Papa León XIII enviaron misivas implorando al monarca austríaco
que permitiese celebrar la boda, dado que el distanciamiento entre tío y sobrino
estaba llegando a límites ridículos, aunque se dice que el malvado Kaiser
disfrutaba del asunto burlándose “entre carcajadas” de la puntada del heredero
austriaco. Por otra parte, muchos en la corte de los Habsburgo temían un nuevo
“Mayerling” (supuesto suicidio de Rodolfo y maría por motivos románticos) y
empezaron a presionar para que Sofía fuera aceptada.
Finalmente accedió el anciano
emperador, pero solo bajo la condición
de que Sofía no fuera coronada ni tratada como emperatriz. Además, la descendencia
de tan morganática pareja no tendría oportunidad alguna de heredar el trono.
Francisco Fernando no podría estar con su esposa en actos oficiales, donde le
acompañaría una de sus tías o primas. Total, la boda se fijó para el 1 de julio
del año siguiente, aunque ni el Emperador, ni los hermanos del novio, ni la
mayoría de la tan bonita familia Habsburgo asistió a las nupcias. Sí fueron, en
cambio, su benévola madrastra, la Archiduquesa María Teresa con sus hijas. El
matrimonio fue feliz, dentro de las circunstancias que los rodearon siempre.
Tuvieron tres hijos: Sofía, Maximiliano y Ernesto. Al menos en el terreno
privado, el amor para Francisco Fernando y Sofía había triunfado.
La realidad es que Francisco
Fernando era menos bobo de lo que su tío siempre quiso suponer. Más allá de su
muy impugnado matrimonio, el heredero estaba consciente de que el Imperio
atravesaba una profunda crisis y de que urgían reformas. Era partidario de
iniciar reformas diseñadas a integrar a las minorías eslavas. Por eso tuvo un
particular interés en visitar Sarajevo, capital de la recientemente integrada
provincia de Bosnia. Además, ese viaje le daría la oportunidad -que jamás tenía
en Viena, Praga o Budapest- de saltarse el protocolo y lucir a su esposa sin
complejos. Pasearían juntos muy orondos por toda la ciudad, y ella tendría,
aunque fuese efímeramente, el rango que la esposa de un heredero imperial debía
tener.
La historia registra que el 28
de junio de 1914, el archiduque Francisco Fernando visitaba la ciudad de
Sarajevo paseando junto con su esposa en un automóvil descapotable. En Viena varios
ministros metiches le habían advertido al heredero sobre un posible atentado, pero
Francisco Fernando no hizo caso y puso
marcha el bonito plan de visitar la ciudad. En el trayecto por las calles de
Sarajevo un terrorista arrojó una bomba contra el coche descapotable con el
Archiduque, misma que hirió a un oficial, pero nada le hizo a la morganática
pareja, la cual siguió su camino hacia la alcaldía. Se le recomendó otro camino
para el regreso, pero él, fiel a aquello de “nobleza obliga” decidió ir a
visitar al oficial herido al hospital militar. El error terminó por costarle la
vida a él, a su menospreciada conyugue y, en el transcurso de los siguientes
trágicos cuatro años a aproximadamente nueve millones de personas. El nacionalista
serbio Gavrilo Princip, perteneciente a la sociedad secreta “La Mano Negra”
(nada que ver con las chiras pelas), interceptó el auto y disparó contra sus
ocupantes. El archiduque empezó a sangrar por la boca; su esposa se desplomó
tras recibir un disparo en el vientre. Murieron en pocos minutos. Francisco
Fernando alcanzó a musitar: “Sofía,
no mueras, vive por nuestros hijos…”
La manera trágica en la que fue ultimada junto con su marido no fue óbice para que la soberbia de los Habsburgo
no se permitiera propinarle a la pobre Sofía una postrer humillación Francisco Fernando fue enterrado, con todos
los honores, en Viena, la capital de los Habsburgo. Su esposa recibió sepultura
a su lado, pero un ojo avizor tuvo la poca delicadeza de poner el catafalco de
la difunta 45 centímetros por debajo del de su marido, para denotar así la
diferencia de rango existente entre los cónyuges, incluso en la muerte. Mientras
a los pies del archiduque se colocaron los símbolos de heredero al trono, a los
de Sofía sólo se puso un abanico, símbolo de que la fallecida era tan sólo una
dama de la corte y no la consorte del heredero al trono. El emperador felicitó
al responsable por ese "pequeño detalle de buen gusto".
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