miércoles, 13 de noviembre de 2013

Prólogo de Pedro Arturo Aguirre para la Versión de Innisfree de la Crestomatía de Mencken




Henry Louis Mencken,
Un Voltaire del Siglo XX

"Vive de manera que puedas mirar fijamente a los
ojos de cualquiera y mandarlo al diablo"

Henry Louis Mencken

A la venta en Kindle
Mucha razón tuvo Gore Vidal en bautizar al magnífico crítico, escritor y periodista Henry Louis Mencken (1880-1956) como “El Voltaire del siglo XX”, ya que el “Sabio de Baltimore” fue padre intelectual del escepticismo militante contemporáneo. El estilo crítico, mordaz, iconoclasta y completamente volteriano de sus trabajos fue signo característico de quien era considerado el periodista más influyente y agudo de su tiempo. Libró hercúleas batallas en contra de los prejuicios, la mojigatería, los convencionalismos, los clichés, la estupidez de la clase media, las religiones organizadas, los políticos, el fanatismo y la burocracia. Tampoco dudaba en criticar a las mayorías y a la democracia, porque, como escribió, “las masas, libradas a sí mismas reinciden en la elección de gobernantes ineptos”, y porque "Hasta donde me alcanza el entendimiento, y llevo años estudiando este hecho con profundidad y empleando a gente para que me ayude en la investigación, jamás nadie en este mundo ha perdido dinero por subestimar la inteligencia de las grandes masas.” Publico, según cálculos de sus biógrafos, más de 5 millones de palabras durante toda su vida, incluyendo sus columnas periodísticas, sus reseñas de libros, su sólido trabajo “El Lenguaje Americano” (análisis cultural-literario que tuvo cuatro ediciones), sus libros y su autobiografía “Happy Days”.

La incorrección política fue siempre su principal recurso dialéctico, su única religión el absoluto desprecio a todo lugar común, detestaba todo tipo de “vacas sagradas” y -muy a su pesar- se convirtió en un personaje famoso y venerado. Su pesimismo filosófico era legendario, pero ello no le impidió pelar con fruición a favor de las cosas en las que creía: “Opino que los mayores problemas humanos  son insolubles y que la vida está totalmente desprovista de significado. Es un espectáculo sin intención ni moraleja” es una de sus frases más citadas, lo mismo que aquella de “Una carcajada vale por diez mil silogismos”, ambas magníficos ejemplos de su cáustico sentido del humor siempre bien dirigido a sembrar luz sobre las falacias teológicas. Una de sus más recordadas hazañas fue la cobertura que hizo para The Baltimore Sun del famoso juicio celebrado en los años veinte en contra del maestro de educación primaria  John Scopes (The  Monkey Trial) acusado de transgredir las “leyes antibíblicas” del estado de Tennessee al enseñar la teoría de la evolución de Darwin. No tuvo entonces escrúpulo Mencken al calificar como un “charlatán sin dignidad” ni más ni menos que a William Jennings Bryan, ex candidato presidencial demócrata e idolatrada figura del movimiento populista, que se desempeñó como fiscal durante este proceso. “Quienes más hicieron por la liberación del intelecto humano”, escribió Mencken en aquel entonces, “fueron aquellos pícaros que arrojaron gatos muertos en los santuarios y luego salieron a trajinar por los caminos, demostrando a todos los hombres que el escepticismo, al fin y al cabo, no entraña riesgos: que el dios montado sobre el altar es un fraude”. También al respecto comentó: “Este proceso convenció a los europeos reflexivos de que el americanismo es un contubernio de hombres aburridos y sin imaginación, que por algún hecho fortuito se han hecho poderosos.”
A edad temprana descubrió Mencken el placer de la lectura a través de Huckcleberry Finn, “un magnífico libro libertario”. Empezó a colaborar en The Baltimore Sun en 1906 y duraría en sus páginas más de cuatro décadas. También fueron trascendentales sus contribuciones como  coeditor de la revista satírica The Smart Set (De 1914 a 1923, junto con George J. Nathan) y en el American Mercury (1923-1933), una revista cultural para “una minoría civilizada”. Fue admirador de Bernard Shaw, Nietzsche, Sinclair Lewis y Joseph Conrad. Escribió Fernando Savater en alguna ocasión algo que me gustaría rescatar aquí: “Mencken, a pesar de los defectos propios de su condición autodidacta, destaca por "su enorme coraje intelectual y su contundencia expresiva". Como buen outsider, el Sabio de Baltimore fue un gran autodidacta.  
Los políticos fueron siempre el principal blanco de su ingenio irreverente. Amaba exponer las insensateces y pretensiones de los políticos y los partidos. Mencken era una presencia habitual en las convenciones partidarias de nominación presidencial a las que calificó de carnavales que ofrecían “un entretenimiento sin igual… Me encanta ver a los clanes políticos reunirse y ser testigo de sus payasadas”. En 1932, previo a la celebración de las convenciones de ese año, escribió: “Si un político descubriera que algunos de sus electores eran caníbales, les prometería misioneros para la cena”.
En 1916 publicó por primera vez su Mencken Chrestomathy (Crestomatía de Mencken) cuyo éxito de ventas –pese a las poderosas dudas iniciales externadas por la editorial– exigió reediciones y actualizaciones prácticamente anuales hasta 1949. Esta es, precisamente, la obra que presentamos aquí en la reedición de la editorial libertaria Innisfree y que en alguna versión anterior en español llevó el título de “Prontuario de la Estupidez y los Prejuicios Humanos". Principio del formulario
En esta Crestomatía se aprecia, página por página, la crítica devastadora escrita con una prosa refinada y fluida de un autor excepcional. Aquí Mencken da cuenta de todos sus objetos de su ira. Nos dice sobre la inminente toma de posesión de algún presidente: “Así, sobreviene el día de la ceremonia pública, y con él la oportunidad de lanzar una perorata... Un millón de votantes con un coeficiente intelectual de menos de 60 tienen las orejas pegadas a la radio. Pergeñar un discurso que no contenga ni una sola palabra sensata exige cuatro días de duro trabajo.”  Acerca de las campañas políticas, Mencken ya advertía que eran sucesos deleznables donde la regla era “evitar cualquier idea ajena al entendimiento de los niños de diez años, basándose en el hecho de que toda idea supera al elector, sólo alcanzan a percibir eventos”. Y no sólo eso, ya que sólo tendrán en cuenta aquellos que se les presenten como un drama, “como un combate, y además debe ser un combate muy simple con una de las partes que represente el bien, y sólo el bien, y otra que represente el mal, y que no tenga ninguna razón. Son tan capaces de percibir la neutralidad como lo son de imaginar la cuarta dimensión”.
Duras palabras, sin duda, quizá demasiado difíciles de ser apreciadas en tiempos como los nuestros en los que impera la corrección política. Como lo dijo Gore Vidal, “en la actualidad, el estilo bullicioso y las hipérboles deliberadamente inexpresivas de Mencken resultan muy arduas incluso para los norteamericanos “instruidos”, y a la mayoría les parecen tan incomprensibles como el sánscrito. A pesar de que todo estadounidense posee sentido del humor –que nace y queda registrado en algún renglón de la Constitución– hay muy pocos norteamericanos capaces de lidiar con el ingenio y la ironía, e incluso los chistes más simples provocan a menudo desasosiego, en especial hoy día, cuando toda expresión debe ser examinada por si encubre algún tipo de discriminación por razones de sexo, raza, o edad”. Y mucho me temo que lo que Vidal opinaba del público norteamericano aplica al dedillo a otras muchas naciones. Borges advirtió sobre lo difícil que sería concebir a un Mencken en la Argentina contemporánea, palabras que valen igual para España, México y el resto de América Latina, región tan proclive al sentimentalismo patriotero, pobre cosa tan a merced de ofenderse por cualquier broma o chistecillo y tan maleable en las manos de políticos mezquinos, solemnes y perfectamente carentes de imaginación y sentidos del humor, y de pacatas clases “intelectuales” amigas de los convencionalismos y el lugar común, por no hablar de la corrección política.
Mencken tuvo también como perenne objeto de su sátira el puritanismo de la vida estadounidense. Fue él quien bautizó al Sur de Estados Unidos como el Bible Belt  (cinturón bíblico). “Los puritanos viven con el pavor de pensar que alguien, en algún lugar, puede ser feliz”. Sobre la vida cultural y literaria de su país, Mencken no era menos punzante. Clamó contra la insularidad y petulante primitivismo de la cultura americana y bautizó con aquel mote, ya bastante olvidado, de los booboisie a los estúpidos y a los crédulos. “La naturaleza aborrece a los bellacos”, advertía.

También en esta Crestomatía Mencken se despacha en contra del gobierno y la burocracia: “Todo gobierno es, en su esencia, una conspiración contra el hombre superior: su único objetivo permanente es oprimirlo y malograrlo. Si es aristocrático en organización, entonces busca proteger al hombre que es superior ante la ley contra el hombre que es superior ante los hechos; si es democrático, entonces busca proteger al hombre que es inferior en todo contra ambos. Una de sus funciones primarias es regir a los hombres por la fuerza, para hacerlos tan iguales como sea posible y tan dependientes uno del otro como sea posible, para buscar y combatir la originalidad entre ellos. Todo lo que puede ver en una idea original es un cambio potencial, y por tanto una invasión a sus prerrogativas. El hombre más peligroso para cualquier gobierno es el hombre que tiene la habilidad de pensar las cosas por sí mismo, sin que le importen las supersticiones o tabúes. Casi inevitablemente llega a la conclusión de que el gobierno bajo el cual vive es deshonesto, loco e intolerable, y así, si es un romántico, trata de cambiarlo. E incluso si no lo es, si es muy apto para extender el descontento entre quienes lo son".
A pesar de lo que pueda pensarse tras leer este párrafo, la furia antigubernamental de Mencken no lo hacía inclinado a favorecer las revoluciones ni a apoyar utopías ideológicas. Mencken era, ante todo, un escéptico que descreía de la capacidad de las revoluciones para lograr la emancipación del hombre. "Las revoluciones políticas no suelen lograr algo de valor real, su único efecto indudable es simplemente tirar una banda de ladrones y poner en otro. Después de la revolución, por supuesto, los revolucionarios exitosos siempre tratan de convencer a los escépticos de que han logrado grandes cosas, y por lo general cuelgan a todo aquel que lo niega. Pero eso, obviamente, no prueba su caso… Cae la cabeza del rey, y la tiranía se vuelve libertad. El cambio parece abismal. Luego, pedazo a pedazo, la cara de la libertad se endurece, y poco a poco se vuelve la misma vieja cara de la tiranía. Después, otro ciclo, y luego otro más. Pero bajo el juego de todos estos opuestos hay algo fundamental y permanente: la ilusión básica de que el hombre puede ser gobernado y al mismo tiempo ser libre".
Odiaba Mencken la demagogia y el populismo. Definía al demagogo como "aquella persona que predica doctrinas que él sabe que son falsas a personas que él sabe que son tontas". Hoy vendría bien recordar estas frases en América Latina. Porque demagogia y populismo son dos jinetes hermanos del Apocalipsis político del siglo XXI en el subcontinente. Los dos se basan en la mentira y el engaño, son dos lacras que golpean implacables en las sociedades, las manipulan, las corrompen y transforman en enfermos terminales. La demagogia con argumentos engañosos busca mostrar como cierto algo que no lo es y para ello apela a los defectos propios de la naturaleza humana como la credulidad, la ambición, la disposición al menor esfuerzo para obtener logros y la debilidad ante la lisonja. El populismo utiliza la demagogia pero apunta a obtener el poder, usando sobre todo las "masas marginales disponibles", fácil presa de la seducción "reivindicativa". El líder populista es una deformación del viejo caudillismo, porque busca lograr el ascenso y el reconocimiento popular, aunque no a través de su valía, sino por el embuste: les hace creer que ejerce el poder en beneficio del pueblo, aunque la verdad sea que actúa imbuido de una feroz megalomanía y una desmedida ambición de absolutismo.

También el desprecio de Mencken de la democracia representativa es bien conocido. Tenía devoción por la libertad individual y sabía que las mayorías generalmente se inclinan por suprimirla en lugar de defenderla. "La democracia es la adoración de chacales por asnos… una excéntrica teoría que sostiene que la gente común sabe lo que quiere y, además, merece obtenerlo… la patética creencia en la sabiduría colectiva de los ignorantes individuales… el arte de manejar el circo desde la jaula de los simios”. Para Mencken cada elección es “una suerte de subasta por adelantado de bienes robados.” Todas estas definiciones están muy cerca de aquella nietzscheana que reducía a la democracia como “¡esa manía de contar cabezas!”
Esta actitud anti gubernamental, antipopulista y antidemocrática han llevado a algunos a establecer que Mencken sea considerado como un intelectual conservador que quizá hoy estaría cerca del Partido Libertario de Estados Unidos  o del Tea Party. Esa es la opinión de uno de sus más recientes biógrafos, Terry Teachout, quien ubica a Mencken en el campo libertario del conservadurismo estadounidense. Pero como lo escribió el crítico literario Cristopher Domínguez Michael en su brillante ensayo Opus Menckeniana “Es conservador porque es antiestatista y antisocialista pero es imposible reclutarlo entre los tradicionalistas. Mencken deploraba el culto a la comunidad y al poder religioso en cualquiera de sus manifestaciones. Fuera del ámbito anglosajón es difícil no incluirlo entre los liberales (como ocurre a veces con Edmund Burke) más acérrimos por su obsesión por la libertad de conciencia.”
Yo estoy seguro que compararlo con los conservadores actuales hace que Mencken se revuelva en su tumba. En vida equiparaba a los  conservadores cristianos con el vudú y el zoroastrismo. Aborrecía al nacionalismo. Su ateísmo era célebre. Poseía una hostilidad apasionada para aquellos grupos religiosos que persistían n en imponer sus códigos morales por la coerción sobre el resto de la población y que en aquellos días el mejor ejemplo fue la prohibición. Mencken era un librepensador radical que puso lo mejor de su ácido sentido del humor y su radical iconoclastia a la crítica de la religión y el estatus quo y que ridiculizó, por ejemplo, lo mismo al corrupto presidente republicano conservador Warren Harding que al estatista Franklin Delano Roosevelt y que apoyó incondicionalmente a los anarquistas Sacco y Vanzetti. Otra de sus gigantescos apotegmas fue: “La injusticia es relativamente fácil de sobrellevar. Lo que verdaderamente es intolerable es la justicia”.
Y así debe ser recordado Mencken: como un defensor apasionado de la libertad de expresión y el periodismo crítico que insistió siempre en que "era el negocio de un periodista es estar en una oposición permanente" aunque también advertía, divertido, “Un periódico es un objeto que hace a los ignorantes más ignorantes y a los tontos, más tontos.”
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Otro gran pensador libertario, Murray Rothbard, escribió significativas páginas acerca de Mencken, como su ensayo El Jovial Libertario donde dice: “Cualquier individualista se encuentra en un mundo marcado, si no dominado, por la locura, el fraude y la tiranía. Tiene ante sí tres posibles vías de acción: (1) retirarse del mundo social y político para ocuparse de la vida privada y a la pura contemplación estética, (2) dedicarse a tratar de cambiar el mundo para mejorarlo, o al menos para formular y propagar sus puntos de vista con la esperanza como último recurso en la mente, o (3) puede permanecer en el mundo, disfrutando inmensamente del espectáculo de su locura. Para esta tercera vía requiere un tipo especial de personalidad con un tipo especial de juicio sobre el mundo, y el perfecto ejemplo de esto es Mencken”.

Principio del formularioEra Mencken todo un libertario, un anarcoindivdualista que creía en la libertad sobre todas las cosas. “El progreso genuino puede suceder sólo si los hombres superiores se les da absoluta libertad para pensar lo que quiera pensar y decir lo que quieren decir. Estoy en contra de cualquier hombre y cualquier organización que trata de limitar o negar esa libertad”.
Hoy, en los tiempos de lo “políticamente correcto”, cuando casi nadie se atreve a llamar a las cosas por su nombre con la claridad con que lo hizo Henry Louis Mencken vale la pena, quizá más que nunca, leer y releer esta Crestomatía.

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