La frágil y cuestionable democracia paraguaya celebró ayer elecciones presidenciales. Este país“Olvidado del mundo, oprimido por su mediterraneidad, donde la vida transcurre a ritmo cansino desde que los tiempos son tiempos”, como lo describió Augusto Roa Bastos siempre me remite a la dictadura del general Alfredo Stroessner, una larguísima tiranía dictadura que parecía eterna, como corresponde a tan parsimonioso país, la cual no se distinguió ni por ser demasiado sanguinaria, ni por constituir una amenaza militar para sus vecinos, ni por las desmesuras megalómanas del déspota. Ojo, al decir “no ser demasiado sanguinaria” no quiero decir que este régimen no hubiese sido represivo, que lo fue y mucho, simplemente saco esta conclusión al contrastarlo con sistemas totalitarios y dictaduras más violentas. Stroessner, hijo de un emigrante bávaro y de una campesina paraguaya, se hizo con el poder con 41 años, en 1954, aunque ya llevaba algún tiempo dominando la escena paraguaya. En sus primeros años acabó con lo poco que había de oposición, incluidos quienes podían amenazar su liderazgo desde el Partido Colorado, la base civil de su régimen; inculcó al pueblo un temor “ancestral, misterioso y reverencial” y gobernó a su país como lo que en el fondo realmente es una enorme estancia sudamericana.
Los tiempos de la dictadura (que duró la friolerita de 35 años) corrieron previsibles, grises y repetitivos. Cada tres meses el presidente revalidaba la vigencia del perenne estado de sitio. Los ministros no se cambiaban por décadas. Las reelecciones del General se formalizaban cada cinco años ante el aplauso de toda la opinión pública y las loas de una horda de sicofantes, siempre con votaciones abrumadoras, en comicios amañados y frente a rivales dóciles y colaboracionistas. Nunca había ni crisis, ni escándalos en “El Dorado”.Stroessner supo hábilmente moldear a su gusto a un país pobre, atrasado y supersticioso. Adaptó la Constitución y las leyes a sus intereses. Más que en el terror y la represión generalizada (que, insisto, la hubo), su régimen se basó en el clientelismo, la promoción del contrabando, el fomento del atraso, la malversación, la complicidad y la obediencia ciega a "El Jefe". Se promovió el culto a su persona teniendo la necesidad de conservar una "unidad granítica" sustentada en cuatro columnas El Jefe, el Partido Colorado, las Fuerzas Armadas y el Pueblo Paraguayo. Pero nada más. El culto al sátrapa paraguayo fue como el de tantos otros dictadores militares latinoamericanos: demasiado anodino y oficioso. Se ensalzaban los méritos de “Gran Patriota”, “Inigualable Militar”, “Incansable Anticomunista”, pero jamás se alcanzaron los desvaríos de grandes ególatras como Mao o Stalin. De hecho, dentro del ramo de “dictadores militares de derecha” solo Rafael Leónidas Trujillo puede presentar un culto a la personalidad verdaderamente rmemorable.
Con fama de bebedor y mujeriego, sus aventuras galantes eran famosas en Paraguay desde antes de que fuera presidente.
Es cierto que Stroessner compartió con Trujillo cierto gusto por los títulos rimbombantes. El dictador paraguayo fue nombrado “el Primer Magistrado", "el Primer Deportista" o "el Primer Trabajador", pero para nada se puede comparar esta breve lista con la cantidad absurdas distinciones que coleccionó Trujillo. So só, Stroessner compartió con su colega dominicano una irrefrenable concupiscencia. Como escribió el periodista paraguayo Bernardo Nery (uno de los pocos biógrafos del Jefe) el título que verdaderamente se ajustaba al dictador era el de " Primer Falo". Le abundaban las amantes al General, entre ellas una buena cantidad de adolescentes y casi niñas que tuvo Stroessner, a las trataba con “suma consideración” al grado que a les consiguió marido. Nery describe al sátrapa como “Madrugador, muy apegado a sus costumbres castrenses, tajante, duro, aficionado a la pesca, el fútbol y los naipes”. También el periodista nos habla de un hombre “cruel, astuto, inescrutable, inteligente, audaz, impávido, siniestro y monstruoso.”
De todas sus amantes, María Estela Legal, apodada " La Ñata", fue la más célebre. La conoció cuando ella tenía 14 años y el idilio duró dos décadas. Le dio dos hijas. Cuando a Stroessner le informan del levantamiento militar en su contra estaba precisamente en casa de "Ñata", de donde huyó para refugiarse en una instalación militar.
A nadie sorprendió que al terminar los años ochenta la tiranía de Stroessner fuera incapaz de resistir la “ola democratizadora” que ya había barrido a las dictaduras en Chile, Uruguay, Argentina, Brasil, etc. Lo que nadie esperaba era que fuese justamente su consuegro y gran cómplice, el general Andrés Rodríguez, quien encabezara la asonada militar que derrocó al Jefe. Stroessner sabía que el ejército bullía en ansias levantiscas, pero ¿Cómo suponer que se alzaría Rodríguez, un militar que él había encumbrado hasta convertirlo en el segundo hombre más poderoso de Paraguay, que amasó una fortuna a su sombra, y con el que había creado lazos de familia, casando a sus hijo?
Stroessner abandonó un país que había sido propiedad personal de él y sus allegados por 35 años el 5 de febrero de 1989. Murió años después exiliado en Brasil. Jamás fue juzgado por sus crímenes.