….pero más que a los políticos, ¡a los electores!
No saben cómo me repatea el tufillo a gazmoñería de aquellos que suponen tener alguna especie de superioridad moral y declaran que jamás votarían por un político para no “marcharse sus límpidas manitas ni sus almitas impolutas”. Esos que se creen adalides de la sociedad “siempre buena” que rechaza a los políticos “siempre malos” son hipócritas que olvidan que los últimos son un claro de la primera, y no otra cosa. ¿O creen acaso ustedes (algunos son capaces) que nuestros políticos son una especie de alienígenas que llegaron de algún lejano planeta y se apoderaron del mundo al ocupar los puestos políticos? No estimados amigos. Los políticos tienen su origen de donde están ustedes: la sociedad. No brotaron en macetas ni surgieron del fondo de los mares. Son sus parientes, sus vecinos, sus conciudadanos, sus compatriotas. Ellos son su reflejo, con todo y sus graves defectos, esos que ustedes, tan "honorables", juran no tener. Por eso han fracasado estrepitosamente todos los movimientos que con la bandera de la “antipolítica” que han hecho del poder sólo para demostrar ser peores al encargarse de los gobiernos. Ahí están los Chávez, los Berlusconi y otros muchos casos para comprobarlo. Los campeones de la anti política han resultado peores, y eso es porque una sociedad defectuosa producirá, inexorablemente, políticos defectuosos. Por eso son mojigatas y baladíes, incluso hipócritas, las opiniones de quienes presentan a “la sociedad” como una eterna inocente víctima de un grupo de perversos sujetos que la explotan y someten y que les llaman “políticos”.
Pero hay una actitud de no-voto que respeto y casi estoy a punto de suscribir. Es la de aquel que no vota como consecuencia de sentir un profundo desprecio no a los políticos, sino a la sociedad que los prohíja. La indiferencia del que sabe no necesitar de la sociedad no sus instrumentos de gobierno para realizarse. La del anarco individualista
Sí, porque el anarquismo en su expresión individualista supone el punto culminante del liberalismo (una especie de liberalismo radical en tensión permanente con los valores de no-dominación) y, por lo tanto, en su misma raíz se encuentra un individualismo extremo, una defensa radical de la libertad individual entendida como derecho absoluto de cada ser humano a actuar ateniéndose únicamente a los dictados de su propia conciencia y de su propia voluntad. Existe en la herencia libertaria la afirmación de que cada personalidad tiene un valor único, insustituible cuya expansión no debe verse limitada por ninguna frontera externa. Las diferentes doctrinas religiosas, políticas o económicas han hecho del individuo una pieza más de un engranaje (aunque la justificación fuera hacerlo el fin de sus designios como partícipe de una supuesta realidad magnánima diseñada por la Historia, así con H mayúscula) marginando el valor personal por sí mismo. En las diferentes sociedades, la mayoría de los hombres se conforman con ser determinados por el medio: el anarco-individualista, en cambio, se esfuerza en determinarse por sí mismo.
La tendencia libertaria es suscitar en los individuos el mayor conocimiento propio en el más estricto sentido empírico. Por ello abraza al antiautoritarismo en los diferentes ámbitos del ser humano: ético, intelectual, artístico, social, político, económico, etc. Es difícil encontrar en otras ideologías, supuestamente emancipadoras (socialismo, comunismo e incluso algunos anarquismos “comunitarios”) respuestas a las necesidades que se desprenden de la defensa del individuo. Una de las riquezas de la heterodoxia doctrinal libertaria ha sido tratar de responder a esos interrogantes.
Desprecia al autoritarismo, pero -como decía- también a toda forma de organización social estatal y no desde el punto de vista pudibundo de quien las considera “malas por corrompidas o impuras”, sino porque sencillamente busca su perfeccionamiento y realización casi exclusivamente en el ámbito individual y no cree en la sociedad como un valor superior. Por eso no vota. Por eso le nada al infierno a las estólidas campañas, a los triviales partidos, a las hipocresías de los “opinadores” a la Ricardo Raphael y a todo el pedestre juego electoral. Los ha trascendido
Mejor que moralizar es trascender, amigos míos
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