Acabo de leer el estupendo libro sobre el anarquismo de
finales del siglo XIX The World That Never Was: A True Story of Dreamers,
Schemers, Anarchists and Secret Agents (el Mundo que Nunca Fue: una historia
verdadera de soñadores, intrigantes, anarquistas y agentes secretos) escrito
por Alex Butterworth y que, desgraciadamente, no está traducido al español. Por
cierto, conocí está obra hace cosa de un par de años gracias a mi querido amigo, el magnífico politólogo
Jesús Silva Herzog Márquez, quien bien conoce mi afición por el tema del
anarquismo decimonónico y mi intención de publicar, some day, la novela El
Protocolo Malatesta.
Teniendo como telón de fondo el desarrollo industrial de las potencias capitalistas, el surgimiento en Estados Unidos de las fabulosas fortunas de los grandesTycoons, la injusticia de la tiranía zarista,
la sanguinaria represión de la Comuna de París de 1870 y los grandes atentados
anarco-terroristas de esta época fascinante, el autor nos cuenta la vida y
avatares de algunos de los más notables anarquistas europeos y americanos, hombres
y mujeres que creyeron, en palabras de William Morris, que "Ningún hombre
es lo bastante bueno para ser dueño de otro hombre", y que compartían una
visión del mundo de como podría ser algún día una “mancomunidad cooperativa” para
acabar con la explotación, la opresión y el conflicto social. En un mundo de
obscenas discrepancias entre los ricos y pobres, de explotación industrial del
trabajo, de gran codicia y de falta de voluntad de los políticos para hacer
frente a esta inequidades, surge una generación de revolucionarios anarco-comunitaristas involucrados
en una lucha contra las “élites privilegiadas” la cual tenía el problema de
ser, muchas veces, absurdamente maniquea y peligrosamente ingenua, y que desde siempre ha sido observada con profundo escepticismo por los pensadores anarco-individualistas.
El movimiento anarquista fue muy susceptible a ser manipulado
debido -en buena medida- al exceso de idealismo político. Siempre le faltó la
mayor pericia y sagacidad política que tuvieron movimientos políticos
anti-sistema mejor organizados, como el socialista y el comunista. Tal fue la
penetración policiaca en las organizaciones anarquistas que muchas veces un
espía del gobierno terminaba por denunciar las actividades de otro espía del
gobierno sin saber que ambos trabajaban para el mismo patrón.
Estos enredos, farsas y conjuras gubernamentales constituyen
precisamente el corazón de la obra de Buttenworth. La infiltración en
estos grupos de ingenuos utópicos por siniestros funcionarios del Estado cuya
misión era proteger el status quo fue una práctica corriente de las policías. Espías
que acechaban en las sombras y se dedicaban a reclutar disidentes, idealistas y
crédulos bienintencionados con engaños para que cometieran los actos más
atroces de terrorismo para que, así, los gobiernos tuviesen pretextos de
iniciar oleadas represivas.
Cuatro grandes intrigantes taimados y falaces son los verdaderos principales protagonistas
del libro: el coronel Wilhelm Stieber (1842-1882), jefe de la inteligencia
militar para la Confederación de Alemania del Norte y más tarde asesor de
asuntos secretos de Bismarck; Peter Rachkovsky (1881-1910), jefe de Okrana
exterior (servicio secreto zarista en el extranjero); Allan Pinkerton
(1849-1880), cartista tránsfuga, rompehuelgas , anti-sindicalista y fundador
del Servicio Secreto de los EE.UU; y el inspector en jefe William Melville
(1883-1917) superintendente de la Policía Metropolitana Rama Especial, más
tarde jefe de la Oficina del Servicio Secreto (el famoso M15 británico). Los enjuagues y conspiraciones criminales organizados por estos hombres con el
propósito de utilizar ilusos revolucionarios anarquistas y supuestos complots
judeo-masónicos son legendarios. Se incluye el patrocinio Rachkovsky en la
elaboración de los infames Protocolos de los Sabios de Sión, obra utilizada más
tarde por los nazis en la justificación del holocausto, y la forma en que Melville
aprovechó la inocencia de unos jóvenes
revolucionarios para diseñar el llamado "complot de bomba Walsall" y la
la explosión de 1894 el parque de Greenwich (que sirvió de argumento para la
obra de Joseph Conrad, El Agente Secreto).
Nos recuerda John Gray al hacer la reseña de este libro para
el New Statesman que “Una característica de la fe anarquista era la convicción
de que había maquinaciones de fuerzas siniestras que se interponían en el
camino de la gente para alcanzar un paraíso terrenal.” Maquinaciones del
establishment para mantener el poder, desde luego, existían, y lo más paradójico
es que los anarquistas fueran tan burdamente utilizados en beneficio de éstas.
Un interesante tercer aspecto del libro de Butterworth es el
rescate que hace de fabulosos personajes de la época que han sido olvidados por
los historiadores. Héroes y antihéroes como Louise Michel, la “dama dragón” del
asedio contra la Comuna de París, que termina en el exilio invocando visiones
de un "mundo federado sociedad que habita las ciudades bajo el agua ";
el marqués Henri de Rochefort-Lucay, un cínico
nihilista que empezó en la izquierda más radical para terminar postulando el más
feroz antisemitismo y el chauvinismo más reaccionario; Evno Azef, héroe supremo
del Partido Socialista Revolucionario, y títere de la policía; y una buena
cantidad de aventureros, falsarios, pensadores a idealistas por cuyas
viscicitudes bien vale la pena asomarse, porque tiene como resultado es un relato fascinante,
lleno de intriga y aventura.
Intriga, aventura y, reitero, enredos. Y es que el signo de los anarquistas comunitaristas más radicales (al igual que el de los idealistas de todo signo político, a fin de cuentas) ha sido caer víctimas de una colosal contradicción, que consiste en que pesar de su enemistad con la religión, los anarquistas, como los comunistas, adoptaron -casi todos- los atributos de la religión, incluyendo un martirologio muy
desarrollado y, sobre todo, un maniqueísmo acendrado. El anarquismo para muchos se convirtió en una fe, a pesar de que pretendidamente su visión del mundo estaban basada en el análisis científico. Y otra gran paradoja que determina a muchos anarquistas, anti-establishment y antiautoritarios radicales es la definió alguna vez ni más ni menos que benito Mussolini cuando dijo "Todo anarquista es, en el fondo, un dictador frustrado".
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