Todos los grandes
acontecimientos históricos poseen grados de complejidad y tratar de buscar una
singular causa que los genere produce, por lo general, desilusiones. Esto es
particularmente cierto en el caso de la Primera Guerra Mundial, hecatombe cuyo
origen ha sido y es hoy, a cien años de distancia, objeto de una gran cantidad
de teorías. Muchos historiadores anglosajones se van por el camino más fácil y
sencillamente explican que la causa de la guerra fue exclusivamente el
expansionismo alemán. Para esta visión reduccionista todo fue culpa de las
ambiciones excesivas del Kaiser y de los Junkers, y se hace caso omiso de las complejidades
de la política de aquel entonces. Esta hipótesis fue concebida y postulada, desde luego, incluso
antes de que la propia guerra hubiese terminado. Los gobiernos aliados
explicaban que la agresión del antidemocrático Imperio Alemán obligó a las
potencias de la Entente a ir la guerra para defender no sólo el equilibrio de
poder, sino la supervivencia de la civilización occidental. La existencia de un
gran plan militar alemán, concebido por el jefe del Estado mayor del II Reich
Alfred Graf von Schliffen, es aún hoy para muchos prueba fehaciente de que los
alemanes poseían una inquebrantable vocación agresora. Sin embargo, esta
perspectiva ignora el impacto y trascendencia de los acontecimientos que
ocurrían más allá de Alemania. Gran Bretaña había seguido una política de exclusión
de los estados rivales de grandes extensiones de África y Asia con el fin de
proteger sus intereses comerciales. La competencia interna por el poder entre
las élites de Austria y Hungría contribuyó decididamente al desarrollo de un
importante partido "pro guerra " en el imperio de los Habsburgo. El
deseo, se diría la obsesión, de Francia de recuperar el prestigio y los
territorios perdió en la guerra franco-prusiana aumentó de la beligerancia de
su diplomacia. Tras su humillante derrota ante Japón en la guerra de 1905,
Rusia inició un programa de rearme masivo de Rusia que prendió todas las
alarmas en Alemania.
Por su parte, la escuela marxista sostienen que en 1914 la guerra era inevitable no a causa de las acciones individuales de cualquier Estado, sino porque la estructura de un orden mundial imperialista y el sistema económico capitalista la hacían ineludible. La industrialización de las grandes potencias provocaba un creciente apetito por adquirir nuevos mercados y recursos naturales, lo que impelía a los Estados europeos a conquistar nuevas y extensas posesiones coloniales. Sin embargo, el determinismo subyacente de este análisis no tiene en cuenta el impacto de las decisiones individuales, siempre tan influyentes en el caprichoso devenir histórico. Estados europeos se habían enfrentado sobre el tema de las posesiones coloniales imperiales desde hacía décadas y , sin embargo, la guerra se evitó muchas veces antes de 1914. Como Margaret MacMillan señala, para los países involucrados, " siempre había una opción."
Una tercera escuela de autodefine como "de culpabilidad múltiple", y expone que el conflicto del 14 estalló a causa de los graves errores, omisiones, precipitaciones y malas interpretaciones de las elites políticas y militares. Esta postura es representada, cobre todo, por Barbara Tuchman y, más recientemente, por Niall Ferguson y Sean McMeekin. Esta interpretación destaca que después de haber conocido grandes estadistas en el siglo XIX (Disraeli, Gladstone, Bismarck, etc.) Europa se vio de repente gobernada por mediocres élites políticas y militares. Tuchman culpa " estadistas y diplomáticos abrumados, equivocados y en ocasiones mendaces que tropezaron en una catástrofe cuyos horrores no podían ni imaginar.” Para McMeekin los estadistas de la época simplemente “no estuvieron a la altura de las circunstancias”, y Ferguson alega que los gobernantes europeos actuaron más en atención de sus necesidades locales que con una perspectiva global y de largo plazo.
Pero este enfoque tiene el defecto de enfatizar demasiado las decisiones políticas y olvida un tanto los contextos económicos y militares más. Historiadores como Christopher Clark y Margaret MacMillan emplean métodos analíticos en los que aceptan que las decisiones adoptadas durante la crisis fueron, sin duda, importantes, pero deben considerarse en el contexto de las instituciones en las cuales se tomaron, así como las ideologías, las psicologías, y las complejidades históricas que las enmarcaron . La exposición de Clark incluye una descripción detallada de la evolución del movimiento ultra nacionalista en Serbia que facilitó el asesinato de Franz Ferdinand (trágicamente una de las voces más poderosas para la paz en Austria) y examina cómo fue que varias decisiones y acontecimientos entrelazados fueron causa de la hecatombe.
Evidentemente, para comprender los distintos enfoque que existen sobre el origen de la Primera Guerra Mundial hay que entender el panorama mundial particular que a cada historiador le ha tocado vivir. Los orígenes de la escuela clásica que culpa a Alemania de la tragedia son políticos. Los historiadores marxistas abiertamente escribieron para un doble propósito donde la comprensión histórica iba de la mano con una ideología política prescriptiva. El trabajo de Tuchman y McMeekin refleja sus propios contextos históricos. Tuchman escribió en el apogeo de la Guerra Fría, cuando -al igual que en 1914- las pifias de las élites políticas podrían llevar a un Armagedón global. Las visiones más contemporáneas conviven con las complejidades del mundo de la posguerra fría. Estas contextualizaciones para nada invalidan el trabajo del historiador. Es, inevitablemente, el producto del su propio contexto y de preconcepciones inevitables. Esto es lo que hace que la historia de una disciplina tan rica y vital. El historiador debe dominar los distintos elementos de análisis y entender que el objetivo final no es alcanzar la verdad, sino la comprensión.
Por su parte, la escuela marxista sostienen que en 1914 la guerra era inevitable no a causa de las acciones individuales de cualquier Estado, sino porque la estructura de un orden mundial imperialista y el sistema económico capitalista la hacían ineludible. La industrialización de las grandes potencias provocaba un creciente apetito por adquirir nuevos mercados y recursos naturales, lo que impelía a los Estados europeos a conquistar nuevas y extensas posesiones coloniales. Sin embargo, el determinismo subyacente de este análisis no tiene en cuenta el impacto de las decisiones individuales, siempre tan influyentes en el caprichoso devenir histórico. Estados europeos se habían enfrentado sobre el tema de las posesiones coloniales imperiales desde hacía décadas y , sin embargo, la guerra se evitó muchas veces antes de 1914. Como Margaret MacMillan señala, para los países involucrados, " siempre había una opción."
Una tercera escuela de autodefine como "de culpabilidad múltiple", y expone que el conflicto del 14 estalló a causa de los graves errores, omisiones, precipitaciones y malas interpretaciones de las elites políticas y militares. Esta postura es representada, cobre todo, por Barbara Tuchman y, más recientemente, por Niall Ferguson y Sean McMeekin. Esta interpretación destaca que después de haber conocido grandes estadistas en el siglo XIX (Disraeli, Gladstone, Bismarck, etc.) Europa se vio de repente gobernada por mediocres élites políticas y militares. Tuchman culpa " estadistas y diplomáticos abrumados, equivocados y en ocasiones mendaces que tropezaron en una catástrofe cuyos horrores no podían ni imaginar.” Para McMeekin los estadistas de la época simplemente “no estuvieron a la altura de las circunstancias”, y Ferguson alega que los gobernantes europeos actuaron más en atención de sus necesidades locales que con una perspectiva global y de largo plazo.
Pero este enfoque tiene el defecto de enfatizar demasiado las decisiones políticas y olvida un tanto los contextos económicos y militares más. Historiadores como Christopher Clark y Margaret MacMillan emplean métodos analíticos en los que aceptan que las decisiones adoptadas durante la crisis fueron, sin duda, importantes, pero deben considerarse en el contexto de las instituciones en las cuales se tomaron, así como las ideologías, las psicologías, y las complejidades históricas que las enmarcaron . La exposición de Clark incluye una descripción detallada de la evolución del movimiento ultra nacionalista en Serbia que facilitó el asesinato de Franz Ferdinand (trágicamente una de las voces más poderosas para la paz en Austria) y examina cómo fue que varias decisiones y acontecimientos entrelazados fueron causa de la hecatombe.
Evidentemente, para comprender los distintos enfoque que existen sobre el origen de la Primera Guerra Mundial hay que entender el panorama mundial particular que a cada historiador le ha tocado vivir. Los orígenes de la escuela clásica que culpa a Alemania de la tragedia son políticos. Los historiadores marxistas abiertamente escribieron para un doble propósito donde la comprensión histórica iba de la mano con una ideología política prescriptiva. El trabajo de Tuchman y McMeekin refleja sus propios contextos históricos. Tuchman escribió en el apogeo de la Guerra Fría, cuando -al igual que en 1914- las pifias de las élites políticas podrían llevar a un Armagedón global. Las visiones más contemporáneas conviven con las complejidades del mundo de la posguerra fría. Estas contextualizaciones para nada invalidan el trabajo del historiador. Es, inevitablemente, el producto del su propio contexto y de preconcepciones inevitables. Esto es lo que hace que la historia de una disciplina tan rica y vital. El historiador debe dominar los distintos elementos de análisis y entender que el objetivo final no es alcanzar la verdad, sino la comprensión.