En el
populismo la adulación es un elemento fundamental. De hecho, sin adulación no
hay populismo. El pueblo rinde culto al líder, y el líder adula a las masas.
Echar una ojeada al torcido mundo
de la adulación es abrir una ventana a la impostura y al descomposición intelectual
y moral. ¡Qué fácilmente los halagos sustituyen a la verdad, la exaltación a la
reflexión y la lisonja al análisis equilibrado! François Fénelon, mordaz crítico de Luis XIV, escribió
que “un rey está perdido si no rechaza la adulación y no prefiere a quienes dicen
audazmente la verdad” y según John Locke la adulación es un tipo de “abuso de confianza” en el que
el servil engaña al adulado atribuyéndole capacidades o virtudes de las que
carece”. ¿Y quién no conoce el genial cuanto de Hans Cristian Andersen donde se
exhibe el embuste lisonjero con la inocente exclamación de un niño: “¡El rey va
desnudo!”?
Para ser
sinceros, es divertido oír las abyectas alabanzas de los sicofantes en política.
Se podría escribir una larga enciclopedia con los millones de elogios dedicados
a los sátrapas de ayer y siempre. Simplemente hagamos un breve repaso de algunas
de las perlas más recientes. En Rusia se púbico hace poco un libro con la
recopilación de frases célebres de Vladimir Putin. El autor, un sicofante de
nombre Antón Volodin, describe a su idolatrado en la introducción: “Putin es un
profeta. Todo lo que ha dicho se ha cumplido. Si todos los países le hubieran
hecho caso, nos habríamos evitado muchas tragedias, como varias guerras y la
llegada de cientos de miles de refugiados a Europa”. “Palabras que cambian el
mundo”, lleva por título la magna obra, la cual fue entregada como regalo a
todos los altos cargos de la administración y la política junto con una carta
que explica la importancia de conocer tan ínclito pensamiento “indispensable
para entender los principios que rigen la defensa de los intereses nacionales”.
Por su parte, el sitio web Sputnik, uno de los más cercanos al gobierno ruso y
conocido difusor de fake news, disfraza la acreditada vulgaridad del presidente
ruso al explicar “Putin es conocido por emplear un lenguaje elocuente, cargado
de giros idiomáticos y comparaciones agudas, así como con un toque humorístico
cuando resulta oportuno”.
En Turquía
los lambiscones hablan de Erdogan como un nuevo “padre de la patria, un nuevo
Ataturk, pero no laico como éste, sino mucho mejor por ser genuinamente cercano
a nuestras profundas tradiciones musulmanas”. Se ha puesto de moda entre los
simpatizantes del presidente dejarse el bigotito a medio rasurar y contar en el
armario con alguna chamarra gris a cuadros, al chabacano estilo que tanto le
gusta al jefe. En Hungría los serviles describen al primer ministro Orbán como “el
faro de Europa”, y en su quincuagésimo cumpleaños el principal adalid de la
Iglesia evangélica lo señaló como “un mesías enviado a Hungría por Dios para
limpiar el país de la suciedad que dejaron los liberales y socialistas”.
Penetrante
en el caso de los neopopulismos ha sido el culto a Hugo Chávez, el cual desde
el principio de su régimen fue vigoroso, pero que se convirtió en adoración cuasi religiosa
durante la enfermedad terminal del comandante y se intensificó tras su muerte.
“Chávez nuestro que estás en el cielo, en la tierra, en el mar y en nosotros
los delegados, santificado sea tu nombre, venga a nosotros tu legado para
llevarlos a los pueblos, danos hoy tu luz para que nos guíe todos los días y no
nos dejes caer en la tentación del capitalismo más líbranos de la maldad,
oligarquía y el delito del contrabando, por los siglos de los siglos.",
así ruega el irrisorio padrenuestro que rezan los miembros del partido oficial
venezolano (el PSUV) antes de cada uno de sus congresos. El famoso “Libro
Azul”, compendio de los más profundos pensamientos del líder, es oficialmente
descrito como ““un legado hecho Patria”, y
difundido entre la población para que los venezolanos aprendan de este
“crisol de un pensamiento propio, surgido de una disyuntiva existencial
auténtica en su venezolanidad, donde irrumpieron las ideas que llevaron
adelante el Proyecto Bolivariano, ahora plasmadas en el eterno presente sobre
las páginas de un texto vital para el futuro del proceso revolucionario”.
Como no podría ser de otra forma, los elogios han sido
sello distintivo durante la presidencia de ese gran narcisista que es Donald
Trump. Incluso mientras más se deteriora su presidencia y decae su imagen más se
intensifican los halagos de sus incondicionales y furiosos seguidores. El comentarista
de Fox Lou Dobbs describe al presidente como “una vorágine de energía jamás
vista en la Casa Blanca” y, sin rubor, remató “¡Hay un sol radiante por todo el
lugar y en todas las caras. Trump proyecta la imagen del ganador/ganador, nuestro
presidente está en la cima del juego!”. El odioso colega de Dobbs, Sean Hannity,
ha predicho varias veces que Trump “será considerado como uno de los más
grandes presidentes de este país”. En plena la audiencia durante el juicio de impeachment
del impresentable presidente el representante republicano Devin Nunes comparó a
Trump con George Washington. Incluso la abominable y muy
poco edificante personalidad del presidente (irredimible pervertido, craso
materialista y prosaico indómito) es exonerada por fundamentalistas de la
derecha cristiana, quienes la justifican por ser parte de “el plan genial de
Dios de usar a un pecador estándar en la salvación de Estados Unidos”.
En el México
de la 4 T la adulación al líder se hace cada vez más presente, recuperando la vil
tradición del añejo presidencialismo mexicano. Muchos elogios recibe a diario
nuestro Peje, pero el que le dedicó el monero apodado “El Fisgón” es una auténtica
joya en la historia mundial de la lambisconería: “Cuando estoy en total
desacuerdo con lo que dice López Obrador, cambio mi mente y me pregunto: ¿Qué
será lo que no estoy entendiendo?”. ¡Lindeza! Y lo es porque no son como las
loas al presidente de, digamos, un abyecto del tipo de John Ackerman o Alejandro
Rojas Díaz Durán, sino que me da la impresión de ser sincera. Muchas veces los
sicofantes terminan por creer la
realidad de sus lisonjas como fruto de la, quizá, ineluctable necesidad de
creer ciegamente en alguien o en algo. Pero si la inteligencia pierde ante la irracionalidad de la
adulación, aunque alguien se atreva a gritar, como el niño del cuento, “el
emperador va desnudo”, el político megalómano es incapaz de recuperar el
principio de realidad y el sentido de Estado.
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