Todo régimen populista
aspira a establecer una larga hegemonía, por eso una de sus prioridades es adueñarse
de la historia. La idea consiste en convertir en propiedad de una facción valores
que deberían ser de todo un país. "Yo soy el pueblo”, afirma el líder
populista, “y por lo tanto todo lo bueno me corresponde y todo lo que me es
ajeno es malo”. Se interpreta al pasado desde una perspectiva maniquea y
perversa y con ello se adoctrina a la población, sobre todo a los más jóvenes.
Se degrada la historia como saber despojándola de todo sentido crítico y se le fosiliza
en una interpretación cerrada, maniquea y facciosa. Mussolini jugaba a ser
emperador romano. Grotesco ha sido el manejo
de la figura de Simón Bolívar por parte del chavismo. Erdogan pretende
restaurar la gloria otomanista. Putin quiere revivir el tiempo de los zares. En
Latinoamérica nuestros populistas retuercen la historia con pueriles
patrioterismos, sesgos ideológicos, verdades a medias, francas mentiras y hasta
con sectarias cursilerías, todo lo cual pretende reforzar en el carácter
mesiánico y providencial de autócratas que describen sus acciones como guiadas
“sólo por su responsabilidad ante la Historia”.
Se reinventa el pasado
para crear un relato que legitime al régimen autoritario y destierre el pluralismo.
Los textos escolares en países como Venezuela, Bolivia e incluso Argentina cuentan
la historia del siglo XX de una manera binaria, incidiendo en
crasos errores, reduccionismos históricos y visiones unilaterales. Desterradas
quedan la diversidad de ideas y de puntos de vista. Perón alguna vez subrayó la
importancia de adoctrinar a los estudiantes desde la más tierna infancia. Dijo:
“Si bien no votan hoy, votarán mañana. Tenemos que irlos convenciendo desde la
escuela primaria. Yo por eso le agradezco mucho a las madres que les enseñan a sus
hijos a decir “Perón” antes que a decir papá". Y por el estilo el resto de
los dictadores añorante de convertir las escuelas en incesantes fábricas de militantes
para la causa.
En México hemos empezado
con el adoctrinamiento populista. Primero fue la “Cartilla Moral” de Alfonso
Reyes, distribuida por los evangélicos en sus templos y zonas de influencia.
También con la actitud de muchos maestros adictos “a la causa”, quienes
adoctrinan a sus alumnos de forma cada vez más abierta en las escuelas públicas,
lo cual quedó de manifiesto en aquella gira a Oaxaca cuando el Sr. Presidente fue
recibido por unos 150 niños que lo celebraron con porras como esa de “Es un
honor estar con Obrador”. y también con una de “Obrador para los niños es
mejor”, sin omitir el ya célebre “Me canso ganso”. Ese mismo día, por cierto, fue
la gesta de Ovidio en Culiacán.
Ahora ha llegado la Guía
Ética para la Transformación de México, panfletillo que será distribuido en
millones por todo el territorio de nuestro atribulado país y cuyo argumento medular
consiste en fulminar al pasado neoliberal, fuente de todo mal. Dice el
catequismo de marras en uno de sus primeros párrafos: “…El régimen neoliberal y
oligárquico que imperó en el país entre los años ochenta del siglo pasado y las
dos primeras décadas del siglo XXI machacó por todos los medios la idea de que
la cultura tradicional del pueblo mexicano era sinónimo de atraso y que la
modernidad residía en valores como la competitividad, la rentabilidad, la
productividad y el éxito personal en contraposición a la fraternidad y a los
intereses colectivos; predicó que la población debía acomodarse a los vaivenes
de la economía, en vez de promover una economía que diera satisfacción a las
necesidades de la gente; los más altos funcionarios dieron ejemplo de
comportamientos corruptos y delictivos y de desprecio por el pueblo y hasta por
la vida humana…”. Así es, se comienza con la falacia, muy recurrente en el
imaginario de la 4T, de atribuirle al México anterior a los años ochenta cualidades
que invitan a imaginarlo como una especie de sucursal del paraíso. El resto del
documento se despliega entre todavía más reduccionismos, maniqueísmos y mentiras
que pretenden convertir posturas partidistas en verdades universales e inmutables
dogmas. Una supuesta “superioridad moral” que denuncia las pretensiones del
lucro y el egoísmo individualista para dar lugar a la edificación de un “Hombre
Nuevo” exclusivamente motivado por la ética del “bien común”. Nada de perseguir
incentivos materiales o de procurar fines individuales en un ámbito de libertad.
La “felicidat” consiste para el moralino en buscar la purificación mediante el
sacrificio a la comunidad. Ello, desde luego, va en contra de la naturaleza
propia de los seres humanos y, como se ha visto en reiteradas ocasiones a lo
largo de los últimos tiempos, tratar de trasmutar bajo coacción a un sujeto en
un ser celestial requiere de tratamientos brutales y siempre ha fracasado de
forma estrepitosa y trágica.
El liberalismo toma al
ser humano tal como es y entiende su naturaleza como compleja e irreductible.
Para las ideologías totalitarias y los dictadores moralinos esta complejidad es
inconcebible. Poseer cualidades de predicador ha estado presente en dirigentes
megalómanos obsesionados con su paso a la “Historia”, pero también con la
educación del pueblo y con guiar a la gente en los terrenos no solo políticos,
sino también en los morales y personales. En ocasiones, estos sátrapas han escrito “grandes obras” llenos no solo de
sus “verdades” ideológicas, sino también constituyen manuales de moral y buen
comportamiento ciudadano. Algunos esperpénticos ejemplos de esto lo dan el
Ruhnama del insólito dictador de Turkmenistán Niyázov, el Libro Verde de
Gadafi, la idea Juche de Kim Il Sung, el póstumo Libro Azul de Chávez, la
“comunocracia” del guineano Ahmed Touré y el libro de citas de Mao. Pues bien,
los mexicanos ya tenemos nuestro pequeño libro moreno de citas.
Pedro Arturo Aguirre
Etcétera 5/XII/20
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