martes, 22 de diciembre de 2020

La Apropiación Populista de la Historia

 




Todo régimen populista aspira a establecer una larga hegemonía, por eso una de sus prioridades es adueñarse de la historia. La idea consiste en convertir en propiedad de una facción valores que deberían ser de todo un país. "Yo soy el pueblo”, afirma el líder populista, “y por lo tanto todo lo bueno me corresponde y todo lo que me es ajeno es malo”. Se interpreta al pasado desde una perspectiva maniquea y perversa y con ello se adoctrina a la población, sobre todo a los más jóvenes. Se degrada la historia como saber despojándola de todo sentido crítico y se le fosiliza en una interpretación cerrada, maniquea y facciosa. Mussolini jugaba a ser emperador romano. Grotesco ha sido el  manejo de la figura de Simón Bolívar por parte del chavismo. Erdogan pretende restaurar la gloria otomanista. Putin quiere revivir el tiempo de los zares. En Latinoamérica nuestros populistas retuercen la historia con pueriles patrioterismos, sesgos ideológicos, verdades a medias, francas mentiras y hasta con sectarias cursilerías, todo lo cual pretende reforzar en el carácter mesiánico y providencial de autócratas que describen sus acciones como guiadas “sólo por su responsabilidad ante la Historia”.

Se reinventa el pasado para crear un relato que legitime al régimen autoritario y destierre el pluralismo. Los textos escolares en países como Venezuela, Bolivia e incluso Argentina cuentan la historia del siglo XX de una manera binaria, incidiendo en crasos errores, reduccionismos históricos y visiones unilaterales. Desterradas quedan la diversidad de ideas y de puntos de vista. Perón alguna vez subrayó la importancia de adoctrinar a los estudiantes desde la más tierna infancia. Dijo: “Si bien no votan hoy, votarán mañana. Tenemos que irlos convenciendo desde la escuela primaria. Yo por eso le agradezco mucho a las madres que les enseñan a sus hijos a decir “Perón” antes que a decir papá". Y por el estilo el resto de los dictadores añorante de convertir las escuelas en incesantes fábricas de militantes para la causa.

En México hemos empezado con el adoctrinamiento populista. Primero fue la “Cartilla Moral” de Alfonso Reyes, distribuida por los evangélicos en sus templos y zonas de influencia. También con la actitud de muchos maestros adictos “a la causa”, quienes adoctrinan a sus alumnos de forma cada vez más abierta en las escuelas públicas, lo cual quedó de manifiesto en aquella gira a Oaxaca cuando el Sr. Presidente fue recibido por unos 150 niños que lo celebraron con porras como esa de “Es un honor estar con Obrador”. y también con una de “Obrador para los niños es mejor”, sin omitir el ya célebre “Me canso ganso”. Ese mismo día, por cierto, fue la gesta de Ovidio en Culiacán.

Ahora ha llegado la Guía Ética para la Transformación de México, panfletillo que será distribuido en millones por todo el territorio de nuestro atribulado país y cuyo argumento medular consiste en fulminar al pasado neoliberal, fuente de todo mal. Dice el catequismo de marras en uno de sus primeros párrafos: “…El régimen neoliberal y oligárquico que imperó en el país entre los años ochenta del siglo pasado y las dos primeras décadas del siglo XXI machacó por todos los medios la idea de que la cultura tradicional del pueblo mexicano era sinónimo de atraso y que la modernidad residía en valores como la competitividad, la rentabilidad, la productividad y el éxito personal en contraposición a la fraternidad y a los intereses colectivos; predicó que la población debía acomodarse a los vaivenes de la economía, en vez de promover una economía que diera satisfacción a las necesidades de la gente; los más altos funcionarios dieron ejemplo de comportamientos corruptos y delictivos y de desprecio por el pueblo y hasta por la vida humana…”. Así es, se comienza con la falacia, muy recurrente en el imaginario de la 4T, de atribuirle al México anterior a los años ochenta cualidades que invitan a imaginarlo como una especie de sucursal del paraíso. El resto del documento se despliega entre todavía más reduccionismos, maniqueísmos y mentiras que pretenden convertir posturas partidistas en verdades universales e inmutables dogmas. Una supuesta “superioridad moral” que denuncia las pretensiones del lucro y el egoísmo individualista para dar lugar a la edificación de un “Hombre Nuevo” exclusivamente motivado por la ética del “bien común”. Nada de perseguir incentivos materiales o de procurar fines individuales en un ámbito de libertad. La “felicidat” consiste para el moralino en buscar la purificación mediante el sacrificio a la comunidad. Ello, desde luego, va en contra de la naturaleza propia de los seres humanos y, como se ha visto en reiteradas ocasiones a lo largo de los últimos tiempos, tratar de trasmutar bajo coacción a un sujeto en un ser celestial requiere de tratamientos brutales y siempre ha fracasado de forma estrepitosa y trágica.

El liberalismo toma al ser humano tal como es y entiende su naturaleza como compleja e irreductible. Para las ideologías totalitarias y los dictadores moralinos esta complejidad es inconcebible. Poseer cualidades de predicador ha estado presente en dirigentes megalómanos obsesionados con su paso a la “Historia”, pero también con la educación del pueblo y con guiar a la gente en los terrenos no solo políticos, sino también en los morales y personales. En ocasiones, estos sátrapas  han escrito “grandes obras” llenos no solo de sus “verdades” ideológicas, sino también constituyen manuales de moral y buen comportamiento ciudadano. Algunos esperpénticos ejemplos de esto lo dan el Ruhnama del insólito dictador de Turkmenistán Niyázov, el Libro Verde de Gadafi, la idea Juche de Kim Il Sung, el póstumo Libro Azul de Chávez, la “comunocracia” del guineano Ahmed Touré y el libro de citas de Mao. Pues bien, los mexicanos ya tenemos nuestro pequeño libro moreno de citas.

Pedro Arturo Aguirre

Etcétera 5/XII/20

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