lunes, 19 de octubre de 2020

La estupidez es la auténtica pandemia

 



“La estupidez nunca se pasa de la raya.

Allí donde pone el pie, ése es su territorio”

Jerzy Lec

La estupidez ronda campante y vigorosa alrededor de este afligido mundo. Desde luego, esto no es una revelación. La estupidez es tan vieja como la humanidad y, como escribió Paul Tabori, siempre ha sabido aparecer, oportuna, en dosis abundantes y mortales. Pero estos oscuros tiempos son los del apogeo de la estupidez. Las redes sociales, el populismo, las crisis económicas, el resurgimiento de los nacionalismos, las polarizaciones sociales y la proliferación del odio engendran millones de nuevos acólitos de la insensatez y el delirio. Y ahora, fenómenos como el calentamiento global y el coronavirus son pretextos idóneos para la invención de charlatanerías cada vez más extravagantes. “Jamás debemos subestimar a la estupidez humana”, advierte Yuval Noah Harari. Los devotos de la irracionalidad son millones y su poder puede llegar a ser infinito. A veces un solo estúpido basta para cambiar la historia mundial.

Las teorías conspirativas han sido uno de los vehículos preferidos de la estupidez. Gracias al internet, hoy estas locas narrativas avanzan rampantes por todo el planeta. Con la aparición de los populistas se han embalado aún más porque no hay como un buen demagogo para propagar el absurdo de la actualmente llamada “posverdad”  entre pueblos ávidos de creer lo que sea. Y, en verdad, (hablando de la estupidez como nuestro Zeitgeist) como mexicano uno solo puede quedarse perplejo ante la forma como los pueblos pueden quedar subyugados ante el encanto de los demagogos. Ver a nuestro gobierno cometer “gansadas” una, tras otra, tras otra, cada vez más flagrantes y hasta ridículas, y mantener casi indemne su popularidad es una experiencia alucinante.

Las teorías de la conspiración tampoco son una novedad, pero las incertidumbres actuales aumentan su difusión y han dado lugar a una verdadera joya del irracional más grotesco: el QAnon, idiota incluso dentro de la precaria escala de las versiones conspirativas. Según esta sandez, existe una “vasta organización” secreta y criminal formada  la elites cercanas al Partido Demócrata cuyo fin es aniquilar los “logros” de la administración Trump y acabar con su lucha en favor de los “valores cristianos”. Surgió en internet, fangal propicio para cualquier inmundicia. Pinta a Donald Trump como una especie de caballero medieval, un nuevo Lancelot, dedicado a tratar de derrotar a unas élites perversas dirigidas por los Clinton, Gates, Obama, Soros y Tom Hanks, los “verdaderos dueños de los hilos del mundo”, capaces de manipular las bolsas de valores, provocar incendios, crear la pandemia del coronavirus y, en su tiempo libre, dedicarse a violar a niños y beber su sangre.

Todo esto sonaría a una macabra broma, pero el propio Donald Trump ha mostrado públicamente su apoyo al movimiento y ha contribuido a difundir algunos de sus infundios. Incluso se ha convertido en una corriente política dentro del Partido Republicano con potencial de tener mayor peso y capacidad de penetración que el Tea Party, surgido en el ala derecha republicana hace una década. Q ya es el emblema de una difusa plataforma conspiranoica. Su presencia en las redes sociales cobra fuerza día a día, pese a ser cada vez más osadas sus barbaridades y demencias. Según una encuesta reciente (Daily Kos/Civiqs) más de la mitad de los votantes republicanos creen en la teoría completamente (33 por ciento) o parcialmente (23 por ciento). Sólo el 13 por ciento la considera falsa. Más grave aún, varios candidatos republicanos al Congreso en las elecciones de noviembre se identifican con esta vesania.

Que un bulo como este se extienda como el más contagioso de los virus exhibe a Estados Unidos como una nación al borde del precipicio. Pero no solo es ahí. Este delirio colectivo incluso ha arraigado en países como Alemania, España, Reino Unido, Francia e Italia. Al igual que sus homólogos en los Estados Unidos, los partidarios europeos de Q ven el coronavirus y las medidas de contingencia impuestas para combatirlo como parte de un complot de las élites globalistas para controlar a la población. También adulan a Donald Trump. En las manifestaciones recientes anticonfinamiento celebradas en Berlín recientemente se dejaron ver, junto a viejas banderas del viejo Reich alemán, imágenes de Trump, de Putin y emblemas de QAnon. En Alemania, el canal conspiranoico QlobalChange cuenta con más de cien mil suscriptores, y la versión francesa con más de sesenta mil.

Mucho llama la atención la heterogeneidad de los militantes europeos de esta absurda causa. No solo son de extrema derecha, sino también suma a hippies trasnochados, devotos de las medicinas alternativas, fieles de oscuras sectas religiosas, jóvenes desorientados y veteranos caídos en el abismo de la  realidad alternativa. Unidos marchan irremediables ignorantes, artistas consolidados, líderes de opinión, demagogos y estafadores de toda laya. Tal cosa es posible porque QAnon se adapta a las circunstancias locales y ajusta las narrativas en torno a las pretendidas conspiraciones de las élites locales pero, eso sí, sin dejar de tener en común siempre el concepto de una “meta-conspiración” basada en la existencia de “Estado profundo” y de una “cábala de élites”, todo ello aderezado con el amarillismo siempre perturbador de la pedofilia.

Las teorías conspirativas justifican una visión violenta del mundo, porque la violencia aparece como una forma legítima de actuar en contra de las fuerzas malvadas. Así ha sido, como mínimo, desde la Edad Media y a lo largo de toda la historia. Recuérdese, por ejemplo, como los falaces Protocolos de los Sabios de Sion fueron utilizados por los nazis para apuntalar el Holocausto. Los regímenes totalitarios y autoritarios siempre se han valido de estas paparruchadas para iniciar persecuciones y propalar el odio. Múltiples son los grupos terroristas que acreditan la razón de su “lucha” en el combate contra supuestas “potencias oscuras”. Véase la lista de algunos atentados e incidentes graves recientes inspirados por teorías conspirativas: en 2011 un sujeto asesinó a seis personas e hirió a una congresista en Tucson (Arizona), porque creía que los atentados del 11 de septiembre de 2001 eran un complot gubernamental; racistas convencidos de la existencia de un plan para eliminar a la raza blanca perpetraron las matanzas de Christchurch (Nueva Zelanda) y de El Paso (Texas); un fanático intentó prenderle fuego a una mezquita en Bayona (Francia) convencido de que el incendio de Notre Dame fue obra de musulmanes; un chiflado se presentó en una pizzería de Washington armado con un rifle de alto poder porque creía que el local era parte de una red de tráfico de menores encabezada por Hillary Clinton.

El auge de la irracionalidad es la verdadera y más peligrosa pandemia. Tras la estupidez acecha el cataclismo.

 Pedro Arturo Aguirre

publicado en Etcétera

12 de septiembre 2020

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