lunes, 19 de octubre de 2020

Los machos (y los locos) nunca se enferman

 


 

Con su demencial presidencia Donald Trump está escribiendo algunos de los más primorosos episodios de la historia mundial de la megalomanía, y si un momento podría resumir tanta vesania este sería, sin duda, el gesto del presidente al quitarse el tapabocas, meterlo en el bolsillo del saco y dar un doble pulgar hacia arriba como para decirle al mundo desde un balcón de la Casa Blanca que había derrotado al coronavirus. Todo esto cuando Estados Unidos registra más de 210 mil muertes a causa de la pandemia. Fue un arrebato típicamente mussoliniano. El Duce es uno de los modelos de Trump, y no solo de él, sino de autócratas a lo largo del planeta  como Chávez, Putin, Kim Jong Un, etc., obsesionados, todos ellos, en demostrar constantemente su supuesta hombría. Mussolini siempre se preocupó en proyectar la agresiva imagen de macho con sus poses teatrales, la mandíbula emproada, el pecho saliente, la mirada retadora, el varonil torso descubierto y las manos siempre ocupadas con un arma, un azadón o un martillo. Pretendía ser el prototipo que todo buen italiano debería imitar. Y así sucede siempre con los “hombres fuertes” de países con sociedades débiles e instituciones laceradas.

 El bizarro comportamiento de Trump con sus jugadas arriesgadas e incluso agresivas son habituales en hombrecillos profundamente inseguros. Se ajusta a un patrón bautizado como “masculinidad precaria” por los psicólogos, ceñido a trilladas nociones de “lo masculino” como la fuerza, la dureza y el poder, los cuales son difíciles de lograr y salvaguardar. Quienes suscriben estas cualidades como parte de su identidad masculina constantemente tratan de exhibirlas en palabras y acciones, y cuando se sienten amenazados duplican afanes con conductas arriesgadas e incluso autodestructivas como mecanismo de compensación. Y cuanto más públicas son sus  arrogancias, más sienten restaurada su hombría.

Trump considera su diagnóstico sanitario como un desafío, aunque no “del destino”, ya que este señor es  poco esotérico. La suya es una hombría vulgar, como del tipo del luchador Hulk Hogan. No en balde Trump estuvo ligado a la lucha libre mediante su asociación con la World Wrestling Entertainment. Frente al Covid el presidente pretende probar su virilidad a través del riesgo, especialmente cuando se trata de evitar la máscara facial, un objeto que considera digno de personas débiles. Por eso se burló de Joe Biden durante el debate presidencial: “cada vez que lo ves tiene una…puede estar hablando, a 60 metros de distancia y lleva la mascarilla más grande que jamás hayas visto”. Dijo de su contrincante mientras lo señalaba con el índice. Para los machos el cubrebocas es una forma de “rendición” ante el virus. Circula por las redes sociales un video animado de Trump dándole una paliza al coronavirus en un ring de lucha libre. ¡Qué fuerte que es!, exclama una dama del público. El mensaje no puede ser más devastador e irresponsable: solo los débiles usan cubrebocas.

Nada de esta ridícula parafernalia es casual. A pocas semanas de la elección, el presidente siente como muy probable su derrota y nada hay peor en el  “universo Trump” que un loser. Este narciso prefiere la muerte a ser derrotado por un “señorito pusilánime” como Biden. Por eso también la amenaza de desencadenar una crisis constitucional con su eventual desafío a los resultados de la elección, si es que pierde. No puede permitirse malograr su imagen de super hombre ante sus admiradores y partidarios, sus entrañables deplorables. La pantomima en el balcón de la Casa Blanca, como sus cada vez más irrisorios tuits, los esperpénticos videos y aquella bufa aparición pública afuera del hospital donde estaba internado para saludar a sus partidarios desde una camioneta blindada recuerdan acrobacias poco convincentes de dictadores que han estado enfermos de gravedad y quisieron, a como diera lugar, demostrar fortaleza. A la memoria asiste aquella vez que Hugo Chávez citó a periodistas en un campo de béisbol para sorprenderlos con sus poderosas picheadas. Antes de seis meses el comandante estaba muerto.

Ocultar información sobre la salud del presidente para proteger su control del poder es común en los regímenes autoritarios, aunque no han estado del todo exentas algunas democracias. Vladimir Putin, Xi Jinping, Hugo Chávez, Kim Jong Un son casos recientes de tiranuelos que han desaparecido de la vista pública durante semanas mientras los rumores sobre su salud se arremolinaban, y tras volver a la vista pública poca o ninguna explicación se ofreció. Especial es el caso de Putin, cuya imagen pública se apoya fuertemente en su dureza y virilidad. Cualquier signo de debilidad física tiene que ser anulado. Algo más grave sucedió con el presidente de Burundi, Pierre Nkurunziza, quien fue uno de esos presidentes irresponsables críticos de los cubrebocas. Eran innecesarios, argumentaba, porque “Dios purifica el aire del país”. Murió, súbitamente, en junio “de un ataque al corazón" según la versión oficial, aunque abundan los indicios de que fue por coronavirus.

En contraste, gobernantes de naciones democráticas tienen menos empacho en sincerarse sobre su estado de salud. Angela Merkel se puso inmediatamente en cuarentena al enterarse que estuvo en contacto con un médico que dio positivo en coronavirus y el ex primer ministro japonés Shinzo Abe siempre fue muy transparente con sus dolencias de  colitis ulcerosa, las cuales, finalmente, lo obligaron a renunciar a su cargo. Pero no siempre es así, algunos líderes de democracias evitan ser transparentes sobre sus enfermedades. El caso más celebre, ya muy viejo, fue el de Woodrow Wilson, quien  sufrió un derrame cerebral en 1919. La Casa Blanca ocultó la gravedad de su condición hasta el final del mandato presidencial.

¿Y nuestro Peje? Mucho se ha rumoreado sobre la mala salud del presidente mexicano. Se citan problemas  del corazón, padecimientos de la columna e hipertensión entre otros probables. En un régimen tan poco proclive a la transparencia como lo es la 4T cabe esperar secretismo exagerado respecto al tema. Será una discreción reflejo de las practicas del presidencialismo omnímodo mexicano, el cual AMLO tanto se empeña en revivir. Recuérdese la veneración que se le tenía a la hierática figura presidencial en los tiempos de la hegemonía priísta. Pero en el caso particular de nuestro mesiánico jefe de Estado influyen, además, razones “místicas” para ocultar las azarosas circunstancias de su salud. Un elegido de la providencia debe estar siempre por encima del uso de ridículos tapabocas y de otras prácticas dignas de mortales. En todo caso, para eso están las estampitas de la virgen.

Pedro Arturo Aguirre

publicado en Etcétera

16 de octubre de 2020

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